Durante mucho tiempo, la teoría sostenida para mejorar la distribución de los frutos del desarrollo humano fue la del “derrame”. Consistía en un círculo virtuoso por el cual un proceso de acumulación, inversión y crecimiento derramaba, a largo plazo, beneficios sobre los sectores más desprotegidos. En cierto sentido, un aspecto de esta teoría se ha cumplido: La proporción de pobres ha bajado en grandes cantidades entre 1990 y el 2015 (de 1.9 billones a 836 millones). Esto también implica que, de media, las personas hoy viven más, tienen un nivel educativo más alto y cuentan con mayores ingresos.
Sin embargo, sigue sin lograr disminuir las diferencias importantes en el bienestar global, ya que, todavía hay millones de personas que continúan viviendo en condiciones de pobreza extrema y que deben luchar todos los días para satisfacer sus necesidades más básicas. Y más preocupante aún, aunque la pobreza se ha reducido, la desigualdad ha incrementado. De acuerdo con el World Inequality Report 2018, a pesar de que la mitad más pobre de la población mundial ha mejorado significativamente sus ingresos en las últimas décadas, el 1% de los individuos más ricos del planeta obtuvieron el doble del crecimiento que el 50% más pobre. Siguiendo esta línea, en el Laudato Si, el Papa Francisco expresa “En las condiciones actuales, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte como lógica e ineludible consecuencia…”
El 25 de septiembre del 2015 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Agenda 2030. Este plan de acción tiene como principal objetivo poner fin a la pobreza en el mundo y, para ello, plantea objetivos afines, tales como erradicar el hambre y lograr la seguridad alimentaria, asegurar la salud y la educación de calidad, lograr la igualdad de género, asegurar el acceso al agua y la energía, promover el crecimiento económico sostenido, adoptar medidas contra el cambio climático, promover la paz y facilitar el acceso a la justicia.
Cada uno de los objetivos indicados por esta estrategia reconoce que las iniciativas para acabar con la pobreza deben ir de la mano de otras que promuevan un crecimiento económico inclusivo, que aumenten el empleo, y que atiendan las necesidades sociales tales como la salud, la educación y la protección social. En este sentido, como seres humanos que vivimos en sociedad, nuestro bienestar está claramente vinculado al de las demás personas. Por ello, el aumento de la desigualdad es perjudicial para el crecimiento económico y socava la cohesión social, incrementando las tensiones políticas y sociales, que impulsan muchas veces inestabilidad y conflictos.
Cuando los Estados se comprometieron a adoptar la Agenda 2030, asumieron la responsabilidad de movilizar todos los medios necesarios para lograr su implementación, pero de forma adecuada a cada realidad nacional. En consecuencia, cada país diseñó un proceso de adaptación de cada uno de los 17 objetivos, y fijó sus propias metas nacionales. En el caso de la Argentina, el proceso de adaptación fue políticamente orientado al eje de “pobreza cero”. En este sentido, las metas fueron priorizadas e integradas de acuerdo al eje del Plan de Gobierno de Mauricio Macri de “Pobreza Cero”; el cual debe ser entendido como un objetivo aspiracional y transversal a las sucesivas gestiones de gobierno.Asimismo, todas las metas fueron diseñadas desde un enfoque centrado en las personas, procurando la eliminación de la pobreza y la disminución de las inequidades integrando lo social, ambiental y lo económico.
La pobreza desde la perspectiva social y económica
Tanto desdela dimensión social como desde la económica se encuentran fundamentos para combatir la pobreza. El “desarrollo integral” se ha incluido desde hace unas décadas en la doctrina social cristiana, cuando Pablo VI publicó la PopulorumProgressio. Y es, esta misma idea, la que retomó Francisco al proponer una "ecología integral", es decir, una ecología ambiental, económica, social, cultural y de la vida cotidiana. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia ha generado contribuciones fundamentales para abordar el tema de la pobreza. El RerumNovarum de León XIII y el PopulorumProgressio de Paulo VI son dos hitos que se han visto recientemente consolidades y adaptados al “signo de los tiempos” con la Exhortación EvangeliiGaudium y la Encíclica Laudato Sí del Papa Francisco.
De estos dos documentos magistrales hay dos cuestiones centrales que sobresalen: el dominio de la ética y la relevancia del principio de solidaridad. Respecto a la primera, recuerda que no puede ser la ciencia económica la que guíe y lidere, ya que por sobre el juicio técnico debe estar la ética. La axiología debe recuperar su rol protagónico, instando a observar el mundo y juzgarlo por cómo debería ser frente a lo que hoy es. Como menciona el Papa Francisco “hoy tenemos que decir no a una economía de la exclusión y la inequidad”. En relación a la segunda, no se debe olvidar que el deber moral de la solidaridad es un presupuesto anterior al principio de subsidiariedad. Retomando otra vez las palabras del papa Francisco citando a Jesús “Dedles vosotros de comer, lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza, para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos”.
Por el lado de la teoría económica, cada vez más economistas han reconocido que una economía que articule el crecimiento con equidad, es una economía más sólida y más estable. Un ejemplo es Dani Rodrik, quien asegura que las instituciones legitimadoras (entiéndase como los sistemas de seguro de desempleo y las ayudas a la pobreza)y reguladoras de mercados (entiéndase aquellas que regulan la actividad de los servicios públicos o el sistema financiero), son de fundamental importancia. Sostiene que una sociedad con instituciones robustas, permite una amplia participación social con costos mínimos, de forma tal que la conflictividad política no potencia los efectos iniciales de un shock económico adverso. En esta misma línea, Acemoglu y Robinson hacen hincapié en el círculo virtuoso que se despliega en contextos con instituciones inclusivas. Se desarrolla un proceso de retroalimentación que no se sustenta solamente del pluralismo político, sino también de las instituciones económicas inclusivas que éstas mismas promueven.
El desarrollo humano se alcanza, en definitiva, cuando se tienen mayores y mejores oportunidades. Pero el desarrollo económico no es condición suficiente para la prosperidad social. La teoría del derrame presupone un buen funcionamiento de las instituciones formales, pero la realidad muestra como muchas veces estas instituciones no cumplen su rol acabadamente, terminan profundizando la desigualdad. Los profundos desequilibrios en las oportunidades y elecciones de las personas se derivan de las desigualdades en los ingresos, pero también en la educación, la salud, la capacidad de hacerse oír, el acceso a la tecnología y la exposición a circunstancias adversas.
En todos los casos puede verse que los países que tienen peor calidad institucional son también aquellos que brindan las peores oportunidades a sus ciudadanos y tienen el peor desempeño en términos de pobreza, educación, salud.En décadas recientes, la desigualdad se ha incrementado en prácticamente todos los países, pero a distintas velocidades, sugiriendo así que las instituciones y políticas son relevantes para influir en la desigualdad.
El IDH y el ICI a nivel mundial
La actualización del 2018 del Índice de Desarrollo Humano (IDH), elaborado por el PNUD, presenta los valores del IDH correspondientes a 189 países y territorios con los datos más recientes de 2017. Observando la tendencia desde 1990 se puede ver que a los niveles promedio del IDH han aumentado de manera considerable, un 22% a nivel global y un 51% en los países menos desarrollados. A su vez, el número de países dentro del grupo de desarrollo humano bajo ha disminuido de 49 a 38, mientras que el número de países dentro del grupo de desarrollo humano alto a aumentado de 46 a 59.
Sin embargo, un análisis desglosado de los indicadores del IDH muestra una distribución desigual de los logros en educación, esperanza de vida e ingresos también dentro de los países. En consecuencia, cuando el IDH se ajusta por la desigualdad, su valor mundial se reduce un 20%, pasando de un IDH de 0,728 a 0,582 (lo que representa una caída de la categoría de desarrollo humano alto a desarrollo humano medio.). En este sentido, se vuelve interesante comparar cómo han variado los valores del IDH y los valores del IDH ajustado por la desigualdad en las distintas regiones y grupos de desarrollo humano.
- Los países miembros de la Organización para la Cooperación y del Desarrollo Económico (OCDE) son los que tienen el mayor IDH promedio de 0.895, creciendo un 12,2% desde 1990. Pero no son una excepción al ajustarlo por desigualdad, ya que al igual que las regiones en desarrollo, su índice baja un 11,9%(0.788).
- Le sigue, en segundo lugar, Europa y Asia Central que es la región, entre las regiones en desarrollo, que presenta el mayor valor del IDH promedio (0,771) pero con un crecimiento desde 1990 que solamente fue de 18%.En paralelo, tiene el menor descenso total en IDH por desigualdad, un 11,7% (0.681), similar a la cifra de los países de la OCDE.
- América Latina y el Caribe ocupan el tercer lugar, con un índice de 0.758, habiendo crecido un 21% desde 1990. Sin embargo, cuando se ajusta por la desigualdad, el IDH se reduce un 21,8% (0.593) debido a la distribución desigual de los avances, en particular de los ingresos.
- Asia Oriental y el Pacífico es la región que ha registrado el segundo mayor crecimiento en el IDH entre 1990 y 2017, con un 41,8% (0.733), y al ajustarlo por desigualdad, experimenta una pérdida del 15,6% (0.619).
- Medio Oriente ha experimentado, un crecimiento desde un 25,5% en su valor del IDH (0.699). Sin embargo, los Estados Árabes pierden un 25% del HDI regional cuando éste es ajustado por desigualdad (0.523).
- Asia Meridional fue la región que más rápido ascendió entre 1990 y 2017, con un 45,3% (0.638), pero su descenso en el IDH ajustado por la desigualdad es de aproximadamente el 26% (0.471).
- Por último, el crecimiento de África Subsahariana fue bastante grande, con un 34,9% (0.537), pero ostenta la mayor pérdida regional debido a la desigualdad, un 31% (0.372).
Con respecto a Argentina, posee un índice de 0,825, lo que ubica al país en la posición 47, dentro de la categoría de muy alto desarrollo humano. Su evolución entre 1990 y 2017 fue de un 17.2%, pasando de 0,704 a 0,825. En relación a la región, se ubica por encima del promedio, pero si se la compara con los otros países de muy alto desarrollo, está por debajo. Pese a la mejora, cuando este valor se ajusta por desigualdad, el IDH cae a 0,707, una pérdida del 14,3%.
Otro dato interesante que este índice refleja es que las disparidades en materia de desigualdad causan mayores estragos en los países con niveles de desarrollo humano más bajos. Así, los países con desarrollo humano bajo y medio pierden, respectivamente, un 31 y un 25% de su nivel de desarrollo humano debido a la desigualdad, mientras que, en el caso de los países con un desarrollo humano muy alto, la pérdida promedio es del 11%.
La relación entre los niveles de desarrollo humano y la calidad institucional si bien no es totalmente consecuencial, es por lo menos bastante evidente. A nivel mundial, la desigualdad en los ingresos es la que más contribuye a la desigualdad global, seguida por la educación y la esperanza de vida. En consecuencia, para lograr un mayor desarrollo humano es necesario que todas estas dimensiones estén adecuadamente combinadas, y esta situación solamente se podrá alcanzar si el país presenta un alto nivel de calidad institucional. En contraposición, un país que no tenga reglas claras, estables y consistentes, fomentará aún más la desigualdad y la pobreza.
El Índice de Calidad Institucional elaborado por la Fundacion Libertad y Progreso considera diferentes indicadores elaborados por reconocidas instituciones (seguridad jurídica, voz y rendición de cuentas, libertad de prensa, percepción de corrupción, competitividad global, libertad económica y factibilidad para hacer negocios). Observar cómo están posicionadas las regiones, permitirá confirmar que una alta calidad institucional implica una menos desigualdad.
Al igual en el IDH, Europa ocupa elprimer lugar con un promedio de 0,7440, seguida de Oceanía con 0,5723, luego América con 0, 5133, Asia con 0,4295 y África en el último lugar con 0,2850. Cabe aclarar que si se separa el continente americano, se obtiene una gran diferencia entre la calidad institucional de Canadá y Estados Unidos y la del resto de los países americanos. Por ejemplo, los países latinoamericanos obtienen un promedio de 0, 4377 que los acerca al de Asia.
El caso de Argentina, es uno de los más significativos ya que en el último Reporte del 2018 ha subido 19 posiciones respecto al año anterior (hay que recordar el cambio de gobierno). La calidad de las instituciones políticas (que obtuvo un puntaje de 0,5337), fue una de las categorías en donde más avances se lograron con un 0.10 respecto del Informe del 2017; mientras que en la calidad de las instituciones de mercado (con un puntaje de 0,2490) el aumento fue de solamente un 0.06. El país obtiene su mejor calificación en lo que tiene que ver con su sistema democrático, especialmente en la categoría de medición de voz y rendición de cuentas.
Conclusiones
Argentina enfrenta, actualmente, desafíos en el corto plazo que se articulan con la necesidad de encarar asignaturas pendientes que trascienden al ciclo económico, el que transcurre, además, en una etapa no floreciente sino con inmensas incertidumbres sobre el mundo en general y la región en particular.
Daría la impresión que en la etapa actual del ciclo económico internacional, en la cual se observa un contexto menos ventajoso para los países en desarrollo, los progresos obtenidos en los últimos años serán puestos a prueba.
El motor del progreso y del desarrollo debe ser la productividad extendida a todo el sistema productivo (productividad sistémica) que, apalancada sobre un sistema de reglas de organización económica adecuadas, alienten la competitividad y promuevan la formación de cadenas de valor. Ello articulado con la inserción en el mundo, fruto de una inteligente lectura de los fenómenos que ocurren en el plano internacional, tanto en el campo económico cuanto en el político. Una lectura incorrecta condenaría a Argentina a la declinación y hundiría a una mayor parte de su sociedad en la marginación y en la pobreza, con las lacras que ello implica en términos de inseguridad, narco tráfico y violencia social.
Claro está que el progreso no es lineal ni está garantizado, y las crisis y los problemas pueden hacer retroceder los logros. Más aún, los procesos de transición plantean dificultades políticas y sociales cuando se pretende mejorar el crecimiento a expensas de una mayor desigualdad distributiva o cuando se busca sustentar el crecimiento con una distribución de ingresos que socava la productividad. Por ello, es necesario que los dirigentes generen un equilibrio de políticas que son garantía de una mayor sustentabilidad histórica.
Argentina se ha especializado en la producción agrícola, de derivados agroindustriales y de ciertos servicios. Esta política, que pareció suficiente hasta hace algunos años y que fue castigada en los últimos tiempos, como lo reflejan las exportaciones, es insuficiente. Se necesita repotenciarla, recuperando todo su vigor y, además, agregarle mucho más valor. Este último condimento es el crucial para el crecimiento y el desarrollo en mediano plazo.(En tal sentido, los desarrollos encarados en el sector energético en shaleoil y shale gas constituyen excelentes ejemplos.)
Para ello urge adecuar la estructura productiva, devolviendo a aquellas actividades sustentadas en recursos naturales el lugar que deberían tener. Ventajas comparativas como tecnología y bioeconomía forman parte esta ecuación. Agricultura, minería ecológicamente sustentable, recuperación energética, son todas oportunidades disponibles. Así como una industrialización inteligente, innovadora y adaptativa.
La agenda de esta estrategia es desafiante en múltiples planos: inserción internacional, modelo de acumulación-ahorro e inversión, recreación de un pacto de responsabilidad fiscal, acuerdo entre Nación y estados federales, educación y creación de empleos de calidad. A la par, protección e integración de los sectores desfavorecidos por el cambio del perfil productivo. En tal sentido, el mercado de trabajo debe estar en el centro de la estrategia y ser un ariete para abatir la pobreza.
Transitar este camino obliga a mejorar las condiciones de empleabilidad, recuperar la ética del trabajo, mejorar drásticamente la focalización y asignación del gasto público y por supuesto mantener los balances macroeconómicos una vez que estos se logren recuperar.Como reflejan los datos, el hecho de vivir más no significa mejor calidad de vida, ni mayor tiempo de escolarización se traduce automáticamente en contar con las capacidades y competencias demandadas por el mercado laboral. Por lo tanto, al hacer un seguimiento de los futuros avances, será importante trasladar el foco de atención a la calidad del desarrollo humano.
Lo expresado hasta aquí son aspectos parciales de esta temática crucial que debe enriquecerse con el enfoque de la educación, la salud, el derecho, las ciencias y la comunicación social. Todos aspectos que deben confluir para superar el flagelo de la pobreza. Ello permitirá estar en consonancia con el Papa argentino cuando nos dice que debemos contemplar la inmensa dignidad de la pobreza ya que basta mirar la realidad, para entender que esta opción es hoy una exigencia fundamental para la realización efectiva del bien común, tanto en Argentina como en la Tierra toda.
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