La Pobreza de los Argentinos

Dr. Gerardo Palacios Hardy
1. Introducción

El título de esta disertación es el del Seminario inaugurado el mes pasado. Pero el subtítulo requiere de una explicación.

Concebido y propuesto por nuestro Presidente, este Seminario debía estudiar el tema de la pobreza, pero ello con especial referencia a la opción preferencial por los pobres, una suerte de consigna con la que parte del clero y laicado católicos pretende sintetizar la misión de la Iglesia y que ha generado equívocos importantes, hasta el extremo de que, como bien ha dicho Ludovico Videla, se ha llegado a sostener que el axioma tradicional extra ecclesia nulla salus, resulta sustituido por otro: extra pauperes nulla salus. Más tarde, durante una reunión en casa de Ludovico Videla, se convino ajustar ese tema a nuestra particular realidad, por lo que fue rebautizado como La Pobreza de los Argentinos, título que con toda evidencia fue tomado de uno de los trabajos más conocidos de Carlos Moyano Llerena.

En lo que a mí respecta, el año pasado se me había asignado esta fecha para presentar alguna ponencia y yo estaba trabajando en ella, pero se me pidió que suspendiera ese trabajo y expusiera sobre el tema de nuestro Seminario. Lo que advertí fue que éste, más allá de un breve listado de asuntos que podrían abordarse, carece de un programa sistémico, como también que a partir de su título se dispara una multitud de subtemas que es necesario sistematizar, tanto por la importancia y gravedad de la materia, cuanto para evitar el riesgo de la dispersión. De allí que decidiera, considerando que nos encontramos apenas frente al comienzo, hacer una presentación del que ojalá fuera objeto por parte nuestra de un trabajo intenso y profundo, con el ánimo de contribuir a la solución de los graves problemas que mantienen estaqueada a la Argentina. Es que, tal como dije cuando mi incorporación a esta Academia y repito cada vez que tengo ocasión, estoy convencido de que la gravedad de la situación exige diagnósticos profundos y compromete a los hombres que todavía no han abandonado “la funesta manía de pensar”, quienes no pueden encerrarse en una torre de marfil, aun cuando ello conduzca al terreno mismo de la política. Porque es desde la política que se nos ha puesto en peligro.

Esta disertación, entonces, es una tentativa de señalar, si no todos, al menos los principales asuntos que deberían ser estudiados dentro del campo delimitado por la pobreza de la Argentina o de los argentinos, según se prefiera. En consecuencia, este trabajo no podría detenerse en el análisis exhaustivo de cada uno de tales asuntos, porque ello no sería entonces una presentación, sino el tratamiento completo de la cuestión. Lo cual sería imposible; primero porque tomaría muchos días, y segundo porque a mi juicio requiere del concurso de varias personas con distintas competencias o especialidades.

2. El campo de investigación

Esto último puede sorprender, ya que nuestro primer impulso tal vez sea establecer que el campo de nuestra investigación es el de la política económica. Al fin y al cabo, ¿cuál otra actividad humana, cuál otro fenómeno influye, desvela o gravita hoy más sobre las personas que la economía? ¿Quién o cuál sector social puede proclamarse hoy inmune a los vaivenes o efectos de la economía? Todavía más: ¿cuál actividad humana, por espiritual o elevada que sea, puede mostrarse indiferente a las exigencias de la economía, si hasta el arte, la cultura, aparecen condicionados por aquella?

¿Habrá que dar entonces la razón a Marx? Como ustedes saben, para Marx la naturaleza de la sociedad está determinada por la forma específica de producción en un momento dado, es decir, por el modo concreto de que se valen los hombres para exprimir la naturaleza, con el fin de satisfacer las necesidades. De ahí que para Marx las relaciones de producción gobiernan toda la historia y ésta no es otra cosa que la historia del proceso económico (interpretación materialista de la historia).[1]

A esto hay que agregar la constatación de otro hecho: la complejidad que ha adquirido la economía, que hoy parece estar totalmente reservada a expertos, a quienes – si no se es especialista – resulta casi imposible seguir en sus razonamientos.

Insisto en que no me propongo por el momento más que poner de resalto un hecho, esto es, que la economía lo impregna casi todo y ha configurado una clase de hombre: el homo oeconomicus. Pero nosotros no debemos quedarnos en la mera constatación de un hecho, ya que es propio del hombre valorar los hechos, emitir a su respecto juicios de valor.[2]
Ahora bien, ¿cuál es la valoración que debe hacerse del lugar que ha venido a ocupar la economía? ¿Es acaso algo bueno (o no lo es) o tal vez es algo simplemente neutro?

La respuesta que demos a este interrogante, cualquiera que ella fuere, nos llevará a plantearnos el asunto del orden social y a fijar el ámbito que corresponde a la economía dentro de aquél.[3] Desde tal perspectiva, lo primero a señalar es que se trata de una actividad humana, en virtud de la cual el hombre se relaciona con las cosas exteriores, procurando apropiárselas o utilizarlas, habida cuenta su condición de escasez.

También la cultura es actividad del hombre, orientada a perfeccionarlo en el orden espiritual. Ella asimismo implica relación con las cosas exteriores, a las que el hombre trata de aprehender en su última esencia. Y esto se da también en la economía, si bien moderadamente, por el hecho de que la nota esencial está puesta en el aprovechamiento racional de las cosas exteriores y apuntando éstas primeramente al sustento del hombre. Pero en ambos casos, tanto en la cultura como en la economía, debe buscarse el perfeccionamiento del ser humano, según su doble condición de cuerpo y espíritu.

Siguiendo en esto a muchos pensadores católicos, la economía se encuadra en el ámbito de la cultura. Es que una economía sin vínculo alguno con lo espiritual, que se vea limitada por la producción y consumo de bienes, no merecería considerarse con propiedad como actividad perfectamente humana. En dicho caso estaríamos en el terreno de lo meramente factible, del hacer (facer), donde la finalidad es el bien (o perfección) de la obra que se realiza y que es distinta o externa al sujeto que la realiza, por lo que éste actúa tan solo guiado por las reglas del arte o de la técnica. Lo opuesto es el área del obrar o agible (ager), donde la actuación del hombre permanece en éste porque su finalidad es el bien (o perfección) del agente, siendo sus reglas la prudencia y la moral. En este campo las acciones humanas se miran en su ser, vale decir, en su ordenación última al fin o la perfección de su ser, lo cual implica afirmar que su estudio es propiamente metafísico.

Esto nos debe hacer recordar que el ente creado puede actuar conforme a su naturaleza o incluso por debajo de ella -nunca por encima-,[4] pero que por la distinción real entre su ser y su actividad, precisa de esta última para perfeccionarse. Este es el sentido del trabajo humano, que pasa a ser entonces una acción del hombre para producir algo, entendido ese algo como una cierta perfección para quien la realiza de la que antes carecía.

No quiero incurrir en planteos muy abstractos. Simplemente intento sentar las bases para que se entienda que la actividad económica participa tanto de lo factible cuanto de lo agible, cuestión ésta de las más complicadas que se pueden traer a cuento en dicha especialidad. Es que la economía no es una actividad que pueda juzgarse en sí misma ni tampoco por la consideración o valoración que haga de las cosas exteriores que se producen. La economía es por cierto obrar humano sobre las cosas exteriores, pero en ese obrar el hombre busca tanto la perfección de esas cosas cuanto la suya propia.[5]

La economía, pues, puede definirse como un instrumento del obrar, o sea que no se confunde con el obrar humano, sino que es un instrumento de ese obrar para lograr el perfeccionamiento del hombre. Así, la economía no es la moral ni una ciencia estrictamente moral, pero no por eso está desvinculada de la moral (como tampoco de la prudencia), sino que está subordinada a ellas, como el instrumento lo está respecto de aquello a lo que sirve de instrumento.

Esta recta concepción de la economía, que va a conducirnos a una recta definición del orden social, nos pondrá a salvo de ciertos peligros visibles en el mundo de hoy, como son, de una parte, la cosificación de lo económico – que conduce a sostener que la economía está gobernada por leyes inmutables – o, de otra parte, su completa o extrema humanización – lo que nos llevaría a implementar políticas de manipulación .

A partir de aquí podríamos adentrarnos más en el campo de la economía, porque se disparan cuestiones tales como quienes son los sujetos de la actividad económica (y dentro de ello el papel del Estado), cuáles sus fines propios, el ámbito natural de realización de dicha actividad, el proceso económico y todas estas cosas y muchas otras analizando las muy variadas respuestas – la mayor parte erróneas – que se han dado a través de la historia. Pero nos iríamos por las ramas, porque lo que intento mostrar es que estas cuestiones, precisamente por ser de mucha importancia, no se agotan en la economía o la política económica, sino que, si se quiere ir a lo hondo, exigen muchos conocimientos del hombre, del mundo y de las cosas.

El inglés Chesterton lo explica así: “Una historia que pretendiera ser puramente económica, dejaría inmediatamente de existir. [...] Pero hay, detrás de este hecho, una falacia más profunda: la de que el hombre vive para comer, ya que no puede vivir sin comer. La verdad es que lo que está más presente en la imaginación del hombre, no es el mecanismo económico necesario para su existencia, sino su existencia en sí, el mundo que ve todos los días y su posición en él. Está más cerca de su existencia que de su manutención. Por una vez que se le ocurra pensar en la naturaleza de su trabajo, en el importe de su salario, diez veces por día se dirá que hace un buen tiempo; que el mundo es una cosa curiosa; que el matrimonio no es todo de color de rosa; que sus hijos son muy gentiles; que se divertía más cuando era joven. En una palabra: se dedicará a meditar vagamente en el sentido último de su destino. [...] Esto es verdad, aún tratándose de los modernos esclavos de nuestro bárbaro régimen industrial, que con su inhumanidad ha puesto en primer lugar el problema económico... Ahora bien: todas las decisiones y todas las iniciativas cuyo conjunto compone la historia, han tenido ese carácter común de desviar o suspender el curso de las fuerzas económicas. Lo mismo que el economista distinguido puede dispensarse de calcular el aumento del salario del suicida, puede no valorar la pensión a la vejez del mártir. Y lo mismo que no tiene por qué preocuparse del retiro del mártir, no tendrá que ocuparse del porvenir de la familia del monje. Sus planes son a cada instante modificados y puestos a debate de nuevo por el soldado que da su vida por su bandera, por el labrador que ama su tierra sobre todo, por el devoto que observa las reglas y las prohibiciones dictadas por su religión, gente toda a la que inspira, no los cálculos matemáticos, sino una visión interior.”[6]

La fuerza persuasiva del peculiar estilo de Chesterton nos lleva a pensar que la respuesta al interrogante planteado dependerá finalmente de la noción que se tenga de lo que el hombre es, de su naturaleza, de sus fines. Y me parece también que si se ha llegado a esta situación, en la que la economía condicionaría todo el obrar humano y pareciera que el bien del hombre consistiera en poseer y en consumir lo que sus deseos le dicten, no ha sido a causa de la economía, sino de la evolución que ha ocurrido acerca de la concepción general acerca del hombre. Por eso parece conveniente tomar en cuenta lo que Marcel De Corte dice al respecto: “Si la economía ocupa semejante lugar en nuestra existencia, si nos obsesiona, si nos abandonamos en cuerpo y alma a sus influencias y a sus imperativos, no es solamente porque nos hemos vuelto ‘materialistas’, como se afirma con frecuencia en un diagnóstico exacto, pero superficial, sino porque no tenemos otra cosa de la cual tomarnos.”[7]

3. Hombre

Es necesario saber qué es el hombre
para resolver los problemas religiosos, políticos y sociales.
[…] Si ignoramos al hombre y su naturaleza,
aunque tengamos a mano todos los bienes materiales posibles
e imaginables, nos faltará el dato esencial del problema económico.[8]

Diré pues de manera liminar que estoy convencido de que el abordaje de un tema como el de este Seminario, así como también el de la mayoría de las graves cuestiones que ha puesto en jaque la Modernidad, requiere como presupuesto, como premisa básica y como pórtico de acceso, dos definiciones: una, acerca del hombre; la otra, acerca de Dios.

A propósito de nuestro tema, el Papa Juan Pablo II aludió a una “pregunta antigua y siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy?, ¿qué es el hombre? Y esta pregunta, a su vez, no se puede separar del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? Y ¿quién es Dios?, ¿cuál es verdaderamente su rostro?”.[9]

Deberían ser éstas las primeras preguntas (y por eso las más importantes) que los periodistas tendrían que hacer a los políticos que se postulen para gobernantes. De la noción que éstos tuvieren del hombre, podríamos deducir cómo se proponen tratarnos; y de la idea que se hubieren forjado de Dios, podríamos colegir cuánto gravitará El en sus decisiones. Es que en todas las cuestiones político-sociales – incluida la economía - subyace una antropología y, más allá de ella, una metafísica.

Es necesario, pues, que toda política – y sobre todo la política económica – esté basada en principios sólidos acerca de qué es el hombre y, como consecuencia, qué es la sociedad. Cuando el hombre no sabe u olvida qué y quién es, o cuando intenta vivir negándolo o desconociéndolo, deja entonces de aspirar a la perfección de su naturaleza. Y cuando reniega de Dios, que es su creador, reniega de sí mismo, imponiéndose un destino que empieza en sí mismo y en sí mismo se termina. Bien se ha dicho: “El hombre deja de ser hombre verdadero cuando ya desconoce quién es, para qué está en el mundo, de qué es capaz y de qué está necesitado. El que sabe quién es conoce su origen y su destino, para qué vive y para qué muere, y por eso rechaza otras propuestas que se le ofrecen como falsificaciones del sentido de la vida.”[10]

La filosofía cristiana, católica, heredera de lo mejor de la filosofía griega, tiene una respuesta, que empieza por tomar al hombre en su totalidad, en su integridad, es decir, como el hombre es: una sustancia individual viva, corpórea y también espiritual, de naturaleza racional, creado por Dios para estar en el mundo, pero llamado por El a participar de su vida trascendente.

Pero el hombre, además de todo eso, tiene personeidad, es decir, es persona.

Siguiendo en esto a Millán Puelles,[11] comencemos por señalar que el hecho de repudiar las visiones materialistas no debe hacernos incurrir en un error contrario, pero simétrico, cuál sería el de negar que el hombre tiene un componente material o, con mayor propiedad, específicamente animal. Ello hace que el hombre tenga necesidades materiales, igual que las tienen los animales, y que, como éstos, tienda a satisfacerlas por instinto. Pero lo que aún en esto diferencia al hombre de los animales, es que él no procederá sólo por instinto, sino que es capaz de darse cuenta de la existencia de esas necesidades materiales y, en consecuencia, de que tiene el deber de satisfacerlas. Por eso Millán Puelles dice que en el hombre las necesidades materiales son, a la vez, necesidades morales.

Ahora bien, solamente el ser libre es capaz de tener deberes. El ser que obra por puro instinto no lo hace por deber, sino por exigencia de su mera naturaleza. Es la libertad lo que capacita a obrar por deber. Y al ser que tiene libertad es al que llamamos persona.

A esto se debe agregar que para que la libertad sea posible, la persona necesita tener entendimiento o, si se prefiere, racionalidad. No hay libertad si no hay comprensión de los actos. Pero el entendimiento o la facultad de pensar no es algo material, por lo que no puede tener su principio en el cuerpo, que es materia, sino en algo que no es material y que, por eso, llamamos espíritu.

Por tener un cuerpo, pues, tenemos o sentimos necesidades materiales, que en el hombre constituyen deberes y por eso también llamamos necesidades morales; y por tener entendimiento o racionalidad, estamos sujetos a necesidades distintas a las del cuerpo, que por eso llamamos espirituales y que, por lo dicho, son también deberes para el hombre. Entre ellas se encuentran la religión, el arte, la ciencia.

Lo expresado le permite concluir a Millán Puelles que la persona humana es “un ser que por tener, no sólo instintos, sino también entendimiento y libertad, es capaz de sentir necesidades morales,[12] tanto con relación a su cuerpo como respecto a su espíritu, y que, por ello, tiene también derecho a satisfacer esta doble clase de necesidad. La categoría o necesidad de la persona humana lleva consigo misma este derecho que es correlativo de aquellas necesidades y obligaciones”.[13]

Nuestro Seminario, entonces, antes de ingresar en su parte especial, debería tratar acerca del hombre, sujeto primero de la actividad económica y en quien ésta debe ver su finalidad. Es que ningún desarrollo, como ha enseñado siempre la doctrina pontificia, podrá ser auténtico ni, simplemente, bueno, si no contempla al ser humano en su totalidad, es decir, como ser material y espiritual a la vez.

Por lo tanto, el verdadero desarrollo trasciende lo económico (aunque sin renunciar a él, porque lo incluye), pero hace o logra que el ser humano no se contente o conforme con la producción creciente de bienes y servicios, sino que además sepa qué hacer con ellos, es decir, resuelva adecuadamente el sentido de la vida humana y la inserción que tiene en ellos la creación de riqueza, con la mayor disponibilidad de recursos.

Un desarrollo puramente económico o materialista se ocupará de que la productividad aumente y hará que el hombre se atiborre de cosas, muchas de ellas perfectamente inútiles, hasta lograr su hastío y consiguiente insatisfacción. Un desarrollo auténticamente humano, en cambio, al no descuidar el elemento espiritual de la persona humana, hará que ésta sepa qué producir y para qué, con lo cual el incremento de la productividad inducirá el de la calidad de vida.[14]

Por eso estoy convencido de que se puede ir todavía más allá, hasta afirmar que no solamente es verdad que el desarrollo no debe reducirse a una noción meramente económica, sino que aún el desarrollo económico no es posible, en el sentido que no puede alcanzarse, sin la adecuada y oportuna disposición de recursos de neto cuño espiritual.[15]

4. El tema de la pobreza

Sentado pues que el campo en el que debiera desarrollarse nuestra investigación se extiende más allá de lo económico, la tentativa de sistematizar el contenido de este Seminario debería comenzar a partir de lo más general, para ir de allí a lo más particular. El método deductivo se basa en la determinación de premisas y principios sobre los cuales se construye el razonamiento.

Puesto que nos hemos propuesto estudiar la pobreza de la Argentina o de los argentinos, parecería necesario plantearse primero qué significado dar a la palabra pobreza.[16]
Esto tiene importancia en primer lugar con relación a lo expresado por Ludovico Videla en la sesión pasada, esto es, la noción evangélica de la pobreza; como también porque habría que sumar la pregunta de si hay algo bueno de por sí en ser pobre. Y en segundo lugar porque el dato común de quienes integramos esta Academia es que somos católicos y una de nuestras responsabilidades es por ello alumbrar las realidades políticas, económicas, sociales y culturales, con los principios del Evangelio.

Indagando sobre la pobreza, además, se advierte de inmediato que es un término relativo, porque no se puede definir por algo que pertenece o es propio del objeto definido, sino por relación o comparación con otros. La pobreza no es la misma en todos los países, a punto tal que las normas establecidas convencionalmente para medirla varían de país a país y también de región a región. Por eso puede decirse que un pobre para Suiza sería considerado como de clase media baja en la Argentina.

Así, en la acepción más corriente, se puede decir que la pobreza individual es un estado en el que la persona tiene una carencia de acceso a ciertos bienes o servicios esenciales, situación que sociólogos y economistas describen como de necesidades básicas insatisfechas.

A partir de aquí se presentan varias cuestiones, porque no es sencillo ponerse de acuerdo tanto en el contenido cuanto en la medida de esas necesidades básicas insatisfechas.[17]
Pero además se advierte que uno, casi sin darse cuenta, irá a toparse entonces con la contracara de la pobreza - esto es, la riqueza - y, consecuentemente, con otro no menos importante, cuál es el de la felicidad.

A tal respecto, el pensador católico – y el que no lo es también, a condición que sea honesto – irá seguramente a Sto. Tomás, donde leerá que de los siete bienes creados que son perseguidos por los hombres, cuatro son extrínsecos – riqueza, honores, gloria y poder – y los otros tres son intrínsecos – salud del cuerpo, placer y algún bien del alma -. En cuanto a las riquezas, Sto. Tomás distingue entre ‘riquezas naturales’ – que proveen a las necesidades vitales (vivienda, alimento, vestido) – y ‘riquezas artificiales’ – para las que no se recurre a la naturaleza, como el dinero -. Sto. Tomás demostrará que la felicidad del hombre no se encuentra en unas ni en otras.[18] Con lo que el pensador católico, sin poder evitarlo, se topará con el tema fundamental del destino universal de los bienes creados, objeto asimismo por algunos de enunciados ajenos a la doctrina secular de la Iglesia.

Este bagaje permitirá comprender quiénes son esos pobres a los cuales Jesús llama bienaventurados “porque suyo es el Reino de los cielos”[19] o “el Reino de Dios”.[20] Como bien dice Chevrot, “en la interpretación de esta Bienaventuranza tenemos que evitar un doble escollo: consiste uno en acentuar de tal modo su rigor que llegue a ser impracticable para la mayoría de los hombres, todos los cuales están llamados, sin duda de ninguna clase, a ser discípulos de Cristo; y el otro en empequeñecerla y en dulcificarla hasta el punto de que ya no fuera más que una virtud de fachada, hipócrita e ineficaz. […] La pobreza que Jesús reclama de sus discípulos está menos ligada a un estado económico que a su estado de ánimo.”[21]

La misma indagación llevará al análisis de lo que se ha entendido por pobreza a través de la historia y del estado presente de la cuestión. En esto último me ratifico en lo que lacónicamente expresé en la reunión anterior, en el sentido que la pobreza está creciendo y extendiéndose por todo el mundo,[22] lo cual nos conducirá a establecer la existencia o no de un gran problema de fondo, cual es si algo está yendo mal en el criterio sobre la naturaleza humana, la actividad económica y el sistema y políticas que se están aplicando. El mismo Chevrot advierte que los hombres que escuchaban el Sermón de la Montaña no eran indigentes ni mendigos; y agrega: “La miseria, esta plaga atroz de las civilizaciones decadentes, es el hediondo fruto del pecado, el resultado de la pereza y de la embriaguez y también de un desorden social que tolera la explotación inhumana de los desgraciados. La pobreza evangélica no es la miseria, ni la desnudez: […].”[23]

Así, el estudioso confirmará que el tema excede el campo de la economía, aunque por supuesto lo incluye. Otras disciplinas deben concurrir en su ayuda, como con toda claridad lo percibió Moyano Llerena, quien en el prólogo – titulado Propósito – de su libro La pobreza de los argentinos, escribió: “El objeto de este ensayo consiste en tratar de buscar una explicación distinta de nuestra prolongada pobreza, teniendo en cuenta las tendencias de largo plazo y saliendo del plano estricto de la economía.”[24] Con esa permanente inquietud anti-reduccionista lo recuerdan quienes fueron sus amigos y discípulos, como Carlos Carballo, Javier González Fraga y Ludovico Videla,[25] como así también Tomás Oberst en su tesis presentada para la Licenciatura en Economía de la Universidad Católica Argentina.[26]

Agotados los desarrollos que preceden, que yo me he limitado casi solamente a presentar o enunciar, puede que nos encontremos en ir más hacia lo particular entrando con mayor concreción en el asunto de la pobreza de los argentinos.

5. La situación en la Argentina

Al despuntar del siglo XXI, nos encontramos con que un tercio o más de nuestra población vive en la pobreza o directamente en la miseria. No sólo hay pobres en la Argentina, sino que cada vez hay más, porque el proceso de empobrecimiento no cesa y son miles las familias de nuestra otrora pujante clase media – que es la que hizo esto que llamamos la Argentina - que han descendido hacia los extremos más bajos de la escala social, para sentirse al borde de ese agujero siniestro que amenaza tragarlos.

Hoy, el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina mide un 28,2% de pobreza. Más del 20% de la niñez y juventud no solamente carece de nutrientes esenciales para el desarrollo de sus aptitudes, sino que tampoco concurre a las escuelas. En consecuencia, están condenados a repetir, cuanto menos, la triste vida de sus padres y, con toda probabilidad, a reproducirlas en sus propios hijos.[27]

En efecto, si bien no todos los datos de que se dispone son serios, algunos que sí lo son nos dicen entre otras cosas que:

  • 7 de cada 10 hijos de un hogar pobre seguirán siendo pobres cuando se conviertan en adultos.
  • 7 de cada 10 chicos, al igual que sus padres, no terminarán el secundario.
  • 12,4% del sector más bajo tiene pleno empleo.
  • 3 millones de personas presentan situaciones de malnutrición y sus secuelas (enfermedades, poco desarrollo cognitivo, falta de sociabilidad y afectos).
  • 1 de cada 4 hogares pobres se ubican en zonas o áreas contaminadas.
  • 15% de los jóvenes de todo el país no estudia ni trabaja.

Con estos datos uno no puede sentirse feliz, aunque en lo personal las cosas hayan salido bastante bien. Tener una buena familia, sin apuros económicos, buena salud…, no bastan. El fracaso colectivo, la frustración nacional, la decadencia interminable de la Argentina, impiden ser feliz.

Es que la realidad pintada, por su misma obscenidad, provoca desesperanza, traducida en una sensación de que no hay futuro apetecible, habida cuenta la mediocridad y bellaquería de los dirigentes. Sabemos que no estaremos mejor el año que viene en materia de endeudamiento, de gasto público o de PBI; y que tampoco lo estaremos en calidad dirigencial.

Ahora bien, ¿a qué se debe esta realidad, tan penosa? ¿Por qué hay pobreza – esta clase de pobreza - en la Argentina?

Una primera conclusión es que la Argentina nunca ha tenido metas claras para erradicar la pobreza. Por el contrario, se advierte una mala gestión de los recursos, falta de coordinación y de controles operativos[28] y la presencia cada vez más extendida de la corrupción. Precisamente el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señala la falta de objetivos precisos y transparentes como una insuficiencia seria a ese respecto.

En la Argentina se destina un alto porcentaje del Producto Bruto a gastos sociales. Pero el problema está en el uso de esos recursos. Por eso los programas deberían asignar un papel importante a la sociedad civil organizada[29] y, en especial, involucrar a los propios beneficiarios, para que sean actores de sus propios planes e identifiquen sus requerimientos.

Sin embargo, a esta altura es fácil advertir que esta conclusión es superficial, ya que, por de pronto y a mi juicio, no se trata tan sólo de la pobreza de una porción – por numerosa que sea – de los argentinos.

Tal vez sea una verdad de Perogrullo, pero hay que decirla: en la Argentina hay muchos pobres en condición crítica, pero, en último análisis, todos somos pobres, porque la Argentina es un país pobre (quizá habría que decir: empobrecido). De modo que la solución a la pobreza de los argentinos no va a encontrarse en las prédicas pauperistas ni en las políticas asistencialistas, sino en corregir las causas de la pobreza en que hemos puesto a la Argentina.

Esto último ha de conducir a una indagación más profunda acerca de las causas de la pobreza. Pero iniciada nomás la investigación, uno se topará con que, lamentablemente, las respuestas más frecuentes y exitosas a estas preguntas elementales se han dado y se siguen dando a partir de enfoques ideológicos. Ello hace que demasiadas veces, frente a determinados análisis o propuestas, se produzcan reacciones basadas en apriorismos, que parecen buscar más bien la descalificación del oponente mediante adjetivaciones o etiquetas que clausuran la argumentación racional. Motes ideológicos tales como ‘populista’, ‘neoliberal’, ‘fascista’, bastan para cerrar el intento de clarificar y, si fuere posible, resolver el conflicto. Se extraña la ausencia de pensamiento crítico, cuyo valor fue encomiado en un artículo reciente por Enrique Aguilar.[30]

Las ideologías se distinguen por ser sistemas de ideas –no de ideales– completamente cerrados, en el sentido que no dejan espacio para la recepción de otras ideas o propuestas. También suelen estar divorciadas de la realidad. El ideólogo olvida que todo sistema sociopolítico es una creación humana y que, por esa misma razón, resulta ser imperfecta. No hay excepción a esta regla.[31]

Los ideólogos, en efecto, no se interesan por las soluciones que mejor se adecuen al ser y el bien del hombre, sino por las que mejor encajan con las propias ideas que ellos se hayan formado acerca del hombre y su conveniencia. El punto de partida del ideólogo no es la realidad (o naturaleza) del hombre ni la realidad social, sino la idea que él, en una construcción puramente racional, se ha forjado acerca de lo que el hombre debe ser. El ideólogo, pues, convencido de lo maravilloso del esquema elaborado en el laboratorio calefaccionado de su mente, lo transformará en constituciones y leyes, aptas para los hombres y sociedades de cualquier época y condición. Y si los hombres y sociedades, en natural reacción, opusieran resistencia a esos desvaríos, el ideólogo no rectificará, sino que, aún más convencido, verá en esa resistencia un síntoma de imbecilidad o, cuanto menos, de incapacidad para entender la propia conveniencia, por lo que extremará el rigor, hasta conseguir someter la sociedad a los sueños de su razón, que, como en el aguafuerte de Goya, engendra solamente monstruos.[32]

El orden social se corrompe, pues, cuando la sociedad deja de regirse por los principios que provee la naturaleza de los seres, y adopta otros fundados nada más que en las ocurrencias y caprichos de un pensamiento sin quicio alguno.

En base a tales ingredientes, algunos se refieren a nuestra situación miserable culpando por ella a las ambiciones o la maldad de terceros que fungirían como dueños del mundo y quieren nuestro sometimiento o destrucción. Otros hablan de nuestros males como si se tratase de una calamidad natural, sin culpables, como no los hay frente a un terremoto. Estas y otras visiones ideológicas han impregnado prácticamente todas las expresiones y actividades de la sociedad política, pese a que en general ninguno de esos argumentos puede probarse.

En cambio sí puede probarse, aunque cause malestar oírlo, que nadie ha hecho más que nosotros - los argentinos - para merecer esta situación horrible, para forjar este destino. Llevamos más de sesenta años reiterando los mismos errores y eligiendo una y otra vez a sus responsables como gobernantes, habiendo logrado que un país dotado para ser uno de los mejores del mundo, forme fila entre los peores. Juan Pablo II debía tener a la Argentina en mente cuando, indagando acerca de las responsabilidades del agravamiento de la situación del mundo, aludía expresamente a “las indudables graves omisiones por parte de las mismas naciones en vías de desarrollo, y especialmente por parte de los que detentan su poder económico y político.”[33]

No se puede negar o ignorar que las naciones, como las personas, sufren presiones de otras naciones o de grupos de interés que a veces son más poderosos que muchos Estados. En ello puede haber motivos de índole política o económica, tal vez ambos, como también cuestiones de dominación cultural o ideológica. Pero todo ello es parte de la vida, que incluye fatalmente el conflicto, el cual a veces puede ser terrible.

Pero es falso que los males argentinos – falta de previsión, uso irracional de los recursos, carencia de moneda, alta y distorsiva presión tributaria, gasto público elevado y defraudatorio, servicios públicos e infraestructura obsoletos o inexistentes, falta de competitividad de las empresas, acceso al financiamiento limitado y muy caro, agotamiento y desmotivación del sector privado, costo de vida elevado, pésimo sistema educativo, pobreza y falta de cultura, mediocridad y falta de lucidez de las clases dirigentes, falta de confianza interna y externa y un largo etcétera – sean la consecuencia de las luchas - que sin duda existen - por el control del poder mundial.

Una prueba, entre varias, que puede aproximarnos a comprender el asunto, es que, de acuerdo a la información del FMI, la Argentina ocupa el puesto nº 26 en la lista de todos los países ordenados según su PBI nominal, lo que la ubica antes de países como Austria, Emiratos Árabes Unidos, Dinamarca, Singapur, Finlandia, Irlanda, Nueva Zelanda y otros, en los que no existe pobreza estructural de la magnitud que sufrimos nosotros.

La situación de la Argentina es nuestra responsabilidad y, habida cuenta de las condiciones del país (potenciales), clama al cielo y, por ende, conecta directamente con la idea del espíritu y los deberes del hombre para con Dios. Puede decirse que se trata de pecados públicos y grandísimos. Pecados que no son de las ‘estructuras’, como sin sentido dicen ciertos pánfilos – ellos sí ‘estructurales’ - sino muy concretos de los miembros de la clase gobernante y, en general, de los dirigentes sociales y sectoriales.

Ese pecado terrible tiene también como responsables a algunos hombres de la Iglesia, no solamente del clero sino también laicos, que se pierden en divagaciones abstractas y generalizaciones, en lugar de señalar las causas y apostrofar a los culpables. Gustave Thibon profesó un sano anticlericalismo, que lo hacía renegar de la autoridad religiosa “pegada – decía - al poder temporal con un servilismo desconcertante”, asegurando que “cuando los hombres que están encargados de enseñar lo sobrenatural, lo divino, se ponen a volcarse en lo social, se vuelcan con todo su peso”, derramando el peso de lo absoluto sobre lo relativo, “lo que crea exageraciones ridículas”.

Creo que, pues, para empezar a pensar con seriedad en la pobreza de los argentinos, es imprescindible dejar de lado los dogmatismos ideológicos, como también reconocer que no estamos tratando de la pobreza en general, como si fuera una situación que habrá siempre, en el sentido de la conocida sentencia de Jesucristo: “[…] pues a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.”[34] Es la nuestra una categoría especial de pobreza por su magnitud, gravedad y sobre todo impresionante contraste con las posibilidades argentinas. Esta clase de pobreza no es el resultado de las vicisitudes de la vida de todos los tiempos, sino de los desaciertos, fracasos, errores, torpezas y desaguisados de los argentinos.

6. La causa. Elementos para un diagnóstico

De nuevo, entonces: ¿qué nos pasa, por qué hay esta pobreza en la Argentina?

El mejor diagnóstico, ya se sabe, es por las causas. Y la mejor palabra que tengo para referirme a las causas es: crisis.[35]

La Argentina vive una crisis, que presenta por lo menos las siguientes características: (I) es antigua y persistente, aunque se puede discrepar sobre su punto de arranque;[36] (II) es general o global, es decir, no es pura o exclusivamente económica, sino que abarca aspectos diversos de nuestra realidad social; (III) es estructural, esto es, no meramente coyuntural, sino que afecta hace tiempo ya a los fundamentos o bases de la sociedad política y del Estado.[37]

Hablar de crisis implica hablar entonces de una multitud de causas, que no operan de manera aislada, sino conjunta, con mayor o menor preeminencia de una u otra alternativamente. De esta crisis profunda y general se habla poco o, directamente, no se habla, por lo que la atención se desvía hacia cuestiones que son sólo aspectos parciales de aquella o, lo cual es peor, a lo meramente anecdótico y superficial.

La identificación de las causas de la crisis es pues tarea capital y, a la vez, de gran urgencia. Y el diagnóstico de la situación económica y social deriva en el conocimiento de condiciones gravísimas en los terrenos educativo, cultural y político.

Por eso, cualquiera fuere el listado que se hiciere de dichas causas, propongo a los fines de nuestro estudio las que a continuación señalaré, con una breve justificación de su inclusión.

6.1. El tema del Estado.

Creo que el problema mayor de los argentinos es el Estado, y esto viene desde el principio, porque la Argentina es antes o mucho más un Estado que una nación. Históricamente la Argentina no se forjó como nación, sino como Estado. Esta es una de las razones, poco estudiada a mi juicio, por la cual entre nosotros los gobiernos se identifican con y se sienten propietarios del Estado.

Es también por ello que en esto que llamamos la Argentina no existen (nunca existieron) los órganos naturales de una nación, que la vertebran, integran y constituyen y que pueden impedir tanto el crecimiento deforme y el abuso del Estado, cuanto la corrupción. Sólo existen aquel y los grupos económicos y de presión que le disputan el poder. Los argentinos de a pie no tenemos quien nos defienda. Estamos condenados a ser espectadores de cómo entre el Estado y los grupos de interés se labra nuestra desgracia.

También por esa razón el proceso de deformación del Estado moderno de matriz europea ha alcanzado en la Argentina proporciones tan enormes como grotescas. La competencia entre los partidos políticos y los jefecillos sociales por hacerse del poder procurando incluso la destrucción del adversario, ha obstado a la generación de auténticas políticas de estado y ha frustrado la continuidad de las obras de gobierno. Es imposible entrar ahora en la descripción de dicho proceso, pero es imprescindible tenerlo en cuenta para diagnosticar la crisis argentina.

Desde el ángulo económico – que no es el único, ni siquiera el principal -, el Estado decide absolutamente lo que debe gastarse, quitando a sus ciudadanos – a través de los impuestos o del endeudamiento público - la parte de su trabajo que considere necesaria para financiarse. La hacienda pública no es ya la responsable de gestionar recursos previa y legalmente determinados. El Estado decide sin control efectivo alguno lo que debe gastarse, y si ese gasto excede los recursos con que se cuenta, recurre entonces al endeudamiento o a la emisión de moneda sin respaldo para cubrir el déficit, generando la inflación y el aumento incesante de los precios.[38]

Porque en efecto, una manera de mostrar lo que el Estado representa para los argentinos es la cuestión fiscal, devenida en una carga insoportable sobre el empleo y sobre la producción de bienes y servicios. A modo de síntesis desgarradora puede hacerse la siguiente lista:[39]

  • En la última década (la década kirchnerista), la presión tributaria creció de 24% a casi 40% del PBI.
  • Además se acrecentó la centralización del manejo de los recursos en detrimento de las provincias, lo que obligó a éstas a aumentar también las cargas impositivas y las tasas.
  • La Constitución Nacional siempre dispuso que a la nación le correspondía percibir los impuestos al comercio exterior, mientras que los directos son para las provincias, porque en ellas se producen los ingresos. Pero la Constitución Nacional dice que el Congreso puede imponer contribuciones directas por tiempo determinado. Lo ha hecho, perpetuándolas con prórrogas constantes.
  • Las cargas fiscales se imponen al calor de las crisis y con carácter transitorio. Cuando se logra salir de la crisis se las mantiene, requeridas por un gasto público mayor, que ya no se puede achicar.
  • El IVA se creó en 1975 en sustitución de dos impuestos sobre ventas, uno nacional y otro provincial. La alícuota era del 13%. Casi enseguida subió al 16%. Las provincias crearon entonces el impuesto a las actividades lucrativas, llamadas Ingresos Brutos. Hoy el IVA está en 21%.
  • El IIB es el impuesto más inequitativo, porque no tiene en cuenta la capacidad contributiva. Su incidencia en las provincias es muy grande. Hace del Estado un socio de las empresas, que no aporta nada, pero siempre saca.
  • El IVA no está solo, sino acompañado de múltiples impuestos internos. Ej.: “adicional de emergencia s/ cigarrillos” (por tres años desde 1996 y sigue), “s/gasoil y gas licuado desde 2005 hasta 2010” (sigue hasta 2024), “a las entradas de cine” (desde 1968), a las “pólizas de seguros”, a “hablar por celular” (40% de la facturación desde el 2000 y otro 1% desde 2010), al “encendido de algo eléctrico” (6% s/ factura con destino a obras de tendido de red en Santa Cruz), a los “combustibles” (el 50% de lo que uno paga en el servidor va al fisco), a “pasajes al exterior” (5% desde el 2005, ya está en el 35%).
  • El impuesto a las ganancias es justo en teoría, pero en la práctica argentina no lo es, básicamente porque no se permite ajustarlo por inflación. A esto se suma el crecimiento del gasto público.
  • Los impuestos a la exportación (retenciones) desalientan la producción y centralizan la imposición.
  • El impuesto sobre débitos y créditos bancarizados (creado como emergencia en el 2001) ahuyenta la bancarización.
  • El impuesto sobre los bienes personales (creado en 1991 para regir por unos años y prorrogado tres veces), no tiene en cuenta las deudas que reducen el patrimonio y tampoco se actualiza por inflación.
  • Los municipios no se quedan atrás. Tienen derecho a cobrar por los servicios que prestan, pero han extendido las tasas (no tributos, pero no les importa) a inmuebles, vehículos, actividades económicas, publicidades, etc.

A pesar de todo esto, la Argentina mantiene déficit fiscal creciente, que tampoco disminuye con la creación de nuevos impuestos, como se hizo los últimos años gravando los dividendos y las ventas de acciones.

Esta situación se está volviendo insostenible y exige una reforma integral, tanto de la carga impositiva, cuanto del gasto público. Entre muchos otros males, fomenta la evasión, que también va en aumento. Se dice que si se resta del PBI la economía en negro, la presión sobre los que pagan llega al 62%.

Pero entre nosotros se critica y persigue la evasión con saña, pretendiendo ignorar que entre la mayoría de los argentinos debe entenderse como un mecanismo lógico - hasta diría legítimo - de autoprotección. Desde el momento que se descubre que el Estado no sirve, nadie quiere servirle.

Algunos entre nosotros confunden la hinchazón o gordura del Estado con una supuesta fortaleza de la que nuestro Estado precisamente carece. El Estado argentino es grande, enorme si se quiere, pero no fuerte, lo que se advierte por las crecientes dificultades que tiene para hacer valer su autoridad o imponer el orden más elemental. La institucionalidad es cada vez más débil, mientras crece el enfrentamiento social y se esteriliza la inteligencia en estúpidos conflictos dialécticos, exacerbados por medios masivos de comunicación social.

Esto es muy grave, porque es evidente la necesidad de políticas públicas para orientar el crecimiento.[40] En consecuencia, la reforma del Estado es tan urgente como indispensable. No hay reforma económica posible sin reforma política. La pregunta que surge, entonces, es inquietante: este Estado, el que tenemos, ¿podrá acaso reformarse a sí mismo?

6.2. La comunidad política (o civil, si se prefiere).

La pregunta que cerró el apartado precedente podría contestarse con una apelación a la sociedad civil. Ahora bien, ¿se encuentre ella en condiciones de hacer la reforma que el Estado requiere?

Mientras una clase política parasitaria y oligárquica, hace vivir a ese Estado y, de paso, vive de él, la sociedad civil se fue desarticulando en las últimas décadas y se muestra claramente enferma. Ha sido infestada por virus potentes, inoculados como consecuencia de un largo proceso de decadencia. Sólo a modo de ejemplo pueden mencionarse el descrédito que alberga respecto del régimen político, la inoperancia o sencillamente la carencia de cuerpos intermedios y su reemplazo por lobbies o grupos de presión y la falta de esperanza, fogoneada por la sensación de que no hay futuro apetecible debido en buena medida a la mediocridad y bellaquería de los dirigentes políticos y sociales.[41]

Mientras tanto se ha ido agudizando el particularismo, tan bien descripto por Ortega y Gasset, que es la visión estrecha, que lleva a identificar las necesidades de la nación con las necesidades particulares o de sector.

Una nación es una empresa que se realiza en común, y que se realiza diariamente. El particularismo aparece cuando un sector profesional o social o aún político actúa según esta doble idea: (I) que ellos tienen la fórmula salvadora para una nación y que son capaces de desarrollarla sin el auxilio de nadie; (II) que basta con proclamar cuál es esa fórmula para que todos la acepten y adhieran entusiastamente al pronunciamiento.

Así es como se inaugura la era de las proclamas, de los manifiestos, de los pronunciamientos. Cada sector sale con el suyo, creyendo que lo que dice desde su visión sectorial, puede aplicarse a la vasta y compleja realidad nacional. Cada sector pronuncia su fórmula mágica, creyendo que basta con eso, con pronunciarse, para que la sociedad adhiera con entusiasmo.

El particularismo es la visión particular que quiere convertirse en visión universal. “La esencia del particularismo -ha dicho Ortega- es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás.”[42] Al particularismo, en suma, no le importa lo que les ocurre a los demás, ni siquiera conoce lo que necesitan los otros.

Además, a la desarticulación de la sociedad y la renuencia de los argentinos para reconocer nuestras carencias, en los últimos años se ha ido sumando un reiterado y consistente ataque contra la familia, mediante la siembra de un pensamiento relativista tan inmoral como ajeno a nuestras raíces culturales y tradiciones. Ello – de imponerse, como parece estar ocurriendo – hará crecer el debilitamiento de los vínculos sociales, impidiendo la formación y desarrollo de cuerpos intermedios y corporaciones que tendrían que proponerse y ejecutar la necesaria reforma del Estado. La consecuencia será mayor intervención de éste, tal como existe o aún peor, con la consiguiente pérdida de libertades, centralización, ineficiencia y corrupción.

Se hace imperioso, entonces, que los sectores mejores de la sociedad salgan del letargo o la resignación en que parecen estar apoltronados, para poner en movimiento las reservas que la Argentina conserva y que una mirada atenta y optimista descubre sin grandes dificultades. Como ha sido dicho, habrá tan sólo que evitar que “La pereza y el conformismo, a menudo aliados con el interés personal más inmediato, nos tiendan un velo sobre el desorden que nos envuelve.”[43]

6.3. El colapso de la educación.

Desde la segunda posguerra del siglo XX, los secretos del crecimiento y la fortaleza económica de los países estuvieron localizados en aspectos formales, generalmente cuantitativos, del proceso de asignación de recursos. El capital productivo, de industrialización, la disponibilidad de capitales propios (ahorro) o la atracción de externos para financiar los procesos de aceleramiento de las economías, fueron los aspectos más destacados de las especulaciones teóricas y de política económica.

Con los años, la disponibilidad de personas, como mano de obra productiva, se fue desdibujando en manos de las tecnologías industriales, al mismo tiempo que las personas empezaban a ser reconocidas como consumidores o sea, hacedores de mercado donde colocar productos y obtener beneficios comerciales.

Hacia fines del siglo nuevas realidades comenzaron a iluminar la mesa de los analistas. La cultura, la educación, la calificación y capacitación personal, el espíritu emprendedor y la vocación austera de una sociedad comenzaron a mostrarse como los atributos más adecuados para fundamentar un sólido proceso de crecimiento económico. Se fue advirtiendo que las sociedades distintivas del siglo XXI tendrían en el hombre el pivote central de su funcionamiento, pero no por capacidad de aquello que pudieran hacer, sino por la calidad de sus valores. “En esta nueva sociedad – escribía Peter Drucker -, sociedad del saber y del conocimiento, la educación debe transmitir valores al mismo tiempo que enseñar técnicas de eficacia. La educación mueve a la economía, modela a la sociedad, pero lo hace a través de su producto: la persona formada.”[44] Y en 1992, en un trabajo conjunto entre la CEPAL y la Oficina Regional de Educación de la UNESCO para América Latina y el Caribe (OREALC), se apelaba a un esfuerzo sistemático para profundizar en las interrelaciones entre educación, conocimiento y desarrollo: “El debate internacional permite concluir – se dijo allí - que la educación se ha convertido en una prioridad en las discusiones sobre estrategias nacionales de crecimiento y desarrollo... muestra que las estrategias educativas tienden a concebirse más como políticas nacionales que como políticas coyunturales de gobierno.”

Para decirlo claramente, hoy es de toda evidencia que sin educación o, más precisamente, sin que se alcance un cierto nivel de cultura en la población (y se la valore), el desarrollo económico pasa a ser una utopía inalcanzable. Y ello así porque ningún pueblo puede lograr un desarrollo auténtico y duradero y consistente, si no lo asienta sobre un justo sistema de valores. Y ese sistema de valores no va a aceptarse y mucho menos vivirse, si no se aprende a estimarlo. Lo cual es una tarea cultural.

No es posible hablar de crisis en la economía, la política, la cultura, sin mencionar la crisis de valores. Por lo tanto, no hay solución económica, política o cultural, sin el restablecimiento del sistema de valores.[45] Como enseña Schumacher: “[…] la tarea de la educación sería, primero y antes que nada, la transmisión de criterios de valor, de qué hacer con nuestras vidas. Sin ninguna duda hay también necesidad de transmitir el ‘saber cómo’, pero esto debe estar en un segundo plano, porque obviamente es bastante estúpido poner grandes poderes en manos de la gente, sin asegurarse primero que tengan una idea razonables de qué es lo que van a hacer con ellos. En el momento presente hay muy pocas dudas de que toda la humanidad está en peligro mortal, no porque carezcamos de conocimientos científicos y tecnológicos, sino porque tendemos a usarlos destructivamente, sin sabiduría. Más educación puede ayudarnos sólo si produce más sabiduría. […] La esencia de la educación, como ya se ha dicho, es la transmisión de valores, […].”[46]

En otras palabras, nuestro concepto del desarrollo y su planeamiento y ejecución, serán ineludiblemente el efecto, la realización, la operación, la actualización de nuestra idea del hombre, de sus fines, de su sentido o el sentido de su vida en la tierra.

Y esto es cultura, en el más ajustado de los sentidos.

Ahora bien, no educar al pueblo es una decisión, porque un pueblo sin educación es un pueblo fácil de manipular. Esto debe tenerse en cuenta porque el proceso educativo no se lleva a cabo en el aislamiento, sino en un medio ambiente social, en el que actúan otras fuerzas y grupos. El proceso educativo, entonces, se ve necesariamente interferido por la acción, a veces perturbadora, de esos elementos.

Entre éstos, hoy debe prestarse especial atención a los medios de comunicación social. Dueños de una influencia abrumadora sobre el cuerpo social, demasiadas veces utilizan ese poder para envenenar “a tantos inocentes, y a la adolescencia inexperta y tumultuosa, por medio de narraciones, de ejemplos, de ilustraciones, en las que el conocimiento de la verdad y el atractivo del bien y la visión de lo bello no sólo no entran para nada, sino que más bien están ostentosamente excluidos.”[47]

En este aspecto es manifiesto también cómo hace ya años la acción combinada de organizaciones no gubernamentales y del Estado ha pervertido la educación con la introducción de ideologías, especialmente las desarrolladas a partir de la filosofía constructivista y de la llamada Escuela de Frankfurt.

La crisis, el deterioro de la educación en la Argentina es brutal y al mismo tiempo evidente. Pero sobre todo, lo reitero: ha sido una decisión. Por lo tanto, es necesario hacer un esfuerzo extraordinario, que implique mejorar de modo impresionante la educación de los argentinos, introducir cambios cualitativos formidables en los distintos niveles de enseñanza, hacer de los argentinos un pueblo culto. Y todo ello tendría que traducirse en objetivos estratégicos nacionales de alta estima colectiva. Toda la nación tendría que proponerse esas metas y encolumnarse para obtenerla en un plazo breve, aceptando incluso los sacrificios más grandes hasta conseguirla.

Un desarrollo puramente económico o materialista se ocupará de que la productividad aumente y hará que el hombre se atiborre de cosas, muchas de ellas perfectamente inútiles, hasta lograr su hastío y consiguiente insatisfacción. Un desarrollo auténticamente humano, en cambio, al no descuidar el elemento espiritual de la persona humana, hará que esta sepa qué producir y para qué, con lo cual el incremento de la productividad inducirá el de la calidad de vida.

Eduardo Conesa ha explicado de modo muy convincente que “Si bien es cierto que los países pobres en general no pueden alcanzar a los ricos, aquellos pobres que hacen un gran esfuerzo en el área educativa sí lo pueden hacer. […] Y agrega: Ello significa que la esperanza de los países pobres de alcanzar algún día el nivel de vida de los ricos radica principalmente en su propio esfuerzo educativo.”[48]

Es que un pueblo culto y educado permite el planeamiento a mediano y largo plazo, porque llega a comprender mejor las ventajas de sacrificios momentáneos y hace posible la fijación de fines y objetivos. Un pueblo así, además, aprovechará mejor y potenciará los medios disponibles de lo que resultará más producción; y tendrá vocación por mejorar la calidad de vida, con el efecto que ello produce sobre la economía, a través del requerimiento de mayores y mejores bienes y servicios. Hasta será capaz de generar una burocracia capaz y patriótica, como fue el caso de Japón.

El hombre, pues, debe ser educado. Nosotros abandonamos esa tarea para con los argentinos; peor todavía: la hemos arruinado. Deliberadamente.

6.4. El (des)orden jurídico-legal.

En la Argentina, el estado de la sociedad civil, el colapso de la educación y la decadencia en el plano de las ideas, ha traído como resultado la descomposición del orden social que, de éste, se ha extendido al orden jurídico. Después de todo, el orden jurídico es parte – aunque importante, sin duda – del orden social.
Ello se hace patente, por ejemplo, en la facilidad con que se ignora o violenta la ley entre nosotros, incluso (o sobre todo) por los gobernantes y dirigentes sociales y hasta por los mismos jueces. La ley, en sentido material, tiene poco significado para un argentino, por lo que la noción de deber se encuentra difuminada. El lugar del deber lo ocupa un exacerbado reclamo de derechos, a cuál más absurdo, sin correspondencia alguna. Y el resultado es la prepotencia e inseguridad en las calles y en las transacciones.

Una frase, escuchada durante el sermón de un sacerdote, da a mi juicio en la tecla con muy pocas palabras: la ley ha pasado a ser la legitimadora de los deseos – cualquier deseo – de los individuos.

Al identificar el derecho con la ley positiva, es decir, con la norma sancionada por la autoridad, el positivismo jurídico despojó al derecho de toda justificación racional. Para el positivismo, el derecho, para ser tal, no tiene por qué ajustarse a la justicia ni someterse a principios inmutables ni, mucho menos, a una moralidad universal: basta con que el legislador humano sancione la ley, para que allí exista verdadero derecho.
La ley, pues, no será más una ordenación de la razón para el bien común, promulgada por aquél a quien incumbe el gobierno de la colectividad[49], como enseñaba Sto. Tomás, sino la mera expresión de la voluntad del legislador, cualquiera fuere su fundamento.
El positivismo jurídico es, entonces, la expresión en el campo del derecho de la autonomía radical del individuo que proclamó la revolución moderna. Ese hombre desligado de todo vínculo superior, que se proclama libre y soberano y que no reconoce sobre sí más autoridad y orden que los que él mismo quiera establecer, con toda lógica no concebirá más ley que la que su voluntad o capricho quiera sancionar. El derecho queda así desprovisto de justificación racional, lo cual traerá, como forzosa consecuencia, la rebeldía y espíritu de desobediencia de los individuos y grupos que conforman el cuerpo social.
Es lógico; ¿por qué obedecer órdenes y mandatos, si éstos no se fundan en principios y valores que están más allá de la voluntad humana? ¿Por qué la voluntad del legislador, que es un hombre como yo, habrá de imponerse sobre la mía?

Cuando alguno se pregunte por qué se amotinan los hombres, por qué tanta rebeldía, tanta indisciplina, por qué los piquetes, por qué los robos y los secuestros y los homicidios, tendrá aquí una primera respuesta: cuando la autoridad y la ley dejan de tener su fundamento en un orden trascendente, dejan al mismo tiempo de tener justificación o razón de ser. Y así, el único recurso que habrá para ser obedecido, será la fuerza.

Los hombres no se someterán por las admoniciones de su conciencia, sino tan sólo por el temor a ser castigados. Por eso, cuando la autoridad es débil o claudicante y las leyes se vuelven permisivas, nada impedirá que las pasiones se desborden y aumenten la inseguridad y la criminalidad.
Es el reinado de la anomia o anomía,[50] palabra cuyo sentido es “sin ley” o “ausencia de ley”. “Anómico significa, según Ferrater Mora, ‘alegal’ -a diferencia de ‘ilegal’ que tiene usualmente la connotación de algo contrario a la ley–”. Y agrega: “...En otro sentido (el uso de ‘anomía’) procede de Durkheim (Le suicide), que entiende por ‘anomía’ un estado de desarreglo y de falta de coordinación”[51]. Por su parte, el Diccionario de la Lengua Española define a la anomia como el conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación.[52]

Pero el aumento de la indisciplina social y la criminalidad – en una palabra, de la anomia -, no es la única y terrible consecuencia de un derecho sin justificación. Si el derecho, la ley, no tienen más razón de ser que el puro querer del legislador, no habrá límites para la sanción de las leyes. Cada hecho de la vida, cada situación, cada ocurrencia, se querrá convertir en ley.[53] De igual modo, todos querrán el reconocimiento de algún derecho, por estrambótico que fuere: derecho a ejercitar mis perversiones (como en las uniones de homosexuales), derecho a matar (como sucede con el aborto y la eutanasia), derecho a corromper menores (como sucede con los medios de comunicación). Inflación, pues, de leyes y de derechos, muchas veces arrancados por la violencia física o moral de grupos o individuos, hasta dejar a la ley sin prestigio alguno.

No se termina en lo apuntado este grave asunto de la inseguridad jurídica. A mi juicio hay que incluir dentro del tema el proceso de debilitamiento del derecho interno y la paulatina sustitución del orden patrio por el llamado ‘control de convencionalidad’ y la ideología neo-constitucionalista. Ambos están fundados en la ideología de los derechos humanos,[54] administrada por organismos supranacionales que ya no representan a los Estados, sino que se encuentran en manos de burócratas completamente ideologizados. Bien señalado está por un jurista y académico argentino: “[…] habrá que estar atentos a una apertura incondicional, acrítica e indiscriminada al derecho internacional de los derechos humanos y a las doctrinas de los tribunales y organismos internacionales, en general muy valiosas, pero que algunas veces pueden ser tendenciosas. Nos parece que es importante reafirmar el necesario margen nacional de apreciación y el carácter de la ¨Constitución Nacional como instancia jurídica última, suprema y definitiva para los jueces nacionales.”[55]

6.5. La degradación de la administración de justicia.

Todo lo expresado más arriba se ha visto agravado por la crisis en la administración de justicia. La corrupción del orden jurídico ha sido acompañada por el deterioro de la administración de justicia, con lo cual apenas si todavía hay quien vele por la seguridad jurídica, por la previsibilidad del sistema legal, por el respeto de los derechos, por el castigo a los delincuentes y a los malos funcionarios.

Me he referido a ello en dos ocasiones en nuestra Academia, por lo que me limitaré a puntualizar ahora algunos de los gravísimos hechos que prueban la gravedad del diagnóstico:

  • La politización del mal llamado Poder Judicial y la judicialización de la política, con la consecuente pérdida de independencia de los jueces, por su subordinación al poder político.
  • Un falso espíritu de cuerpo, que ha llevado a que algunos jueces oculten las malas acciones de sus pares y nieguen los cargos que se hacen al sistema judicial.
  • El aislamiento individual de algunos jueces en el juzgado o en el fuero, tal vez como un modo de tomar distancia del sistema.
  • La indisciplina de jueces, funcionarios y empleados, que se ha traducido a veces en verdaderos escándalos.
  • El exhibicionismo de los llamados jueces mediáticos, que no se avergüenzan de ventilar en público las causas o juicios sometidos a su decisión.
  • La acción de los medios de comunicación social, constituidos en tribunales de última instancia, antes incluso de la decisión judicial, a la que generalmente sustituyen en términos de condena social. Y ello no porque les interese la justicia, sino el escándalo.
  • La pésima formación universitaria, que obliga a incluir a los abogados como cómplices de la situación en que se encuentra la justicia.
  • La intimidación ejercida sobre magistrados por las diversas ONG’s del progresismo revolucionario.
  • El escándalo de los llamados juicios de lesa humanidad, tanto por el contenido de las decisiones judiciales, cuanto por la forma en que se llevaron a cabo.

Esta combinación funesta de corrupción del orden jurídico y degradación de la administración de justicia, es la que alimenta la sensación de inseguridad que agobia a los pueblos. Sin embargo, éstos claman contra las consecuencias y, mientras tanto, cegados por la manipulación que de ellos se hace, continúan levantando monumentos a los principios que las engendran.
El resultado, insisto, es la ausencia de seguridad jurídica, vale decir, la ruina del estado de derecho (rule of law), la prevaricación judicial y la falta de remedio por los otros llamados ‘poderes’ del Estado. “El ius certium es, objetivamente, firmeza y eficacia de las situaciones jurídicas – personales y reales -, cuyos reflejos se extienden a la paz política y, en el plano subjetivo, a la confianza común. A estas notas se agregan la positividad de las reglas, su cognoscibilidad, que incluye la prognosis de constancias y efectividad y la disciplina de los cambios.”[56]

7. Pensando en los remedios.

Expuesto así el gravísimo desorden social que padecemos, pero intentando hacerlo filosóficamente – es decir, a partir de algunas de sus causas, no mediante la enunciación de sus efectos, que eso sería mera sociología, nos preguntamos si ello tiene algún remedio.

Aquí se abriría entonces el último interrogante que tendría que plantearse nuestro Seminario y que sin duda es el de respuesta más compleja: ¿tiene solución la crisis argentina?; en caso afirmativo, ¿cuál es?

Si nos planteamos estas preguntas extrapolando al campo político social, por ejemplo, las teorías elaboradas por René Thom, Ilya Prigogine o Christopher Zeeman, tendríamos que responder que todos los problemas humanos tienen solución…, aunque algunos no lo tienen dentro del contexto en que estén situados.

De conformidad con lo que llevo dicho, la conclusión es que la Argentina necesita un cambio sustancial o estructural de régimen, de sus políticas, con lo que procuro decir que no se trata de un plan económico nuevo o de la adopción de ciertas medidas económicas. Necesita de un régimen enteramente nuevo, fundado en nuevos paradigmas, lo que implica hacer cirugía mayor en las áreas que hemos comentado y en estructuras que hoy viven y tienen su razón de existencia en esa crisis global. Es una tarea, en fin, de regeneración y de reconstrucción, vale decir que, sin descuidar los problemas coyunturales, encare sin pérdidas de tiempo ni ‘gradualismos’ la matriz estructural que genera aquellos y que sigue creciendo cada vez más rápido, habiendo puesto ya en peligro la continuidad y viabilidad del Estado.

Lo cual, si esto es así, obligaría a modificar levemente aquel interrogante: ¿Tiene solución la crisis argentina en el contexto político social en que está situada?

A mí me parece que algo de esto subyace en la Comunicación que nuestro Académico Manuel Solanet presentó hace poco menos de diez años en sesión privada de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, que tituló “El cambio político y económico que reclama el Bicentenario”. Creo que esa Comunicación es un buen ejemplo de cómo hay que comenzar la tarea, haciendo el estudio o análisis despojado de prejuicios e ideologías, con compromiso tan solo por reconocer la verdad de los hechos, el ejercicio sano del pensamiento crítico y el reconocimiento de que toda política, incluso la económica, debe tener por finalidad el bien del hombre concreto.[57]

Esto implica apertura mental a visiones no economicistas, pero con efectos directos sobre la economía, como son los trabajos de Ernst Friedrich Schumacher, Chesterton, Belloc o Albert Hirschman, para mencionar solo algunos. Apertura mental también frente a temas que han sido fuente de disputas enconadas y muy mal resueltas entre nosotros, como el tratamiento del capital extranjero y su responsabilidad respecto del incremento de los costos, el endeudamiento externo y el déficit crónico de la balanza de pagos; la organización del Estado nacional y de las provincias; el sistema tributario y la política fiscal; el presupuesto; las políticas monetaria y crediticia. Exige distinguir, en fin, entre los problemas meramente coyunturales y los estructurales.

Para que esto sea posible hay que tomar a la Argentina en el estado en que se encuentra, con sus fortalezas y también con sus debilidades, pero con la convicción de que ninguna de las recetas del pasado, todas fracasadas en el corto o en el mediano plazo, sirve para la situación en que nos encontramos. Ello exigirá apoyarse al principio en aquellos sectores probados para la reconstrucción – como el agropecuario y el de técnicos y profesionales con altas especializaciones -, pero también la reforma del sistema político y la derogación de sistemas legales y organizativos claramente causantes del estancamiento de la Argentina. Impondrá asimismo la reinserción de la Argentina en el mundo, pero con base en una política exterior que se proponga el abandono de esa actitud de permanente distracción con que el país ha vagado entre los grandes acontecimientos y problemas mundiales.

Lean ustedes la Comunicación de Manuel Solanet y la espléndida síntesis que ha hecho de lo que debiera hacerse. Agreguen lo que con seguridad y con mucha razón tienen también en mente, fruto de sus estudios y experiencia. Aun así la pregunta continuará esperando respuesta: ¿puede hacerse esto dentro del contexto político social en que está situada la Argentina? ¿Puede hacerse con los restos de partidos políticos que han quedado, con la clase política que vive a la sombra de aquellos, con las actuales organizaciones gremiales, empresariales, industriales y profesionales, con estos jueces, con estos maestros, con esta televisión y esta radiofonía, en fin, con la comunidad política enferma de los argentinos?

Recuerdo que hace años discutía la respuesta a este mismo interrogante con Francisco Bosch. Él decía entonces que “por un lado la ‘clase política’ existe, pero por otro no posee ni el poder ni la voluntad de conducir a la nación. La tentación de su reemplazo – agregaba – ha sido una constante en nuestra historia cada vez que se produjo ese estado depresivo en las clases políticas, pero en la actualidad el grado de descomposición que nos aflige y la evidencia de los sucesivos fracasos sufridos en cada una de las tentativas de reemplazo, torna aconsejable efectuar un previo intento de su rescate. No es posible descartar el fracaso del intento, mas ello no implica que no sea atinado ensayarlo.”[58]

Suelo imaginar qué diría ahora ese hombre tan inteligente y agudo, habida cuenta el reiterado fracaso de esa misma clase política y su insistencia en ignorar los problemas de fondo, para seguir medrando en la coyuntura y así continuar huyendo hacia adelante.

Encaballados en otra vieja debilidad nuestra de andar buscando afuera lo que deberíamos lograr nosotros, hace tiempo que se habla de argentinizar el Pacto de la Moncloa. Hace unos días Ricardo Esteves publicó un artículo para decir que en realidad lo que necesitamos es un Plan Marshall. Como entretenimiento estas cosas pueden resultar divertidas; pero como propuestas para este país fallido me parece que les falta por lo menos un ingrediente básico: realismo.

Vuelvo al comienzo, para terminar. Creo que nuestra Academia, a tono con el que creo es el deber de los intelectuales en esta hora de crisis, puede hacer una valiosa contribución en orden a suscitar el tratamiento serio, profundo, objetivo y absolutamente realista de la grave crisis en que se encuentra la Argentina. Si además lograra hacerlo sumando a dicha tarea a otras instituciones y organizaciones similares, daría de paso una lección importante de que no sólo es necesario sino también posible el trabajo colectivo de los argentinos de bien.

Pero de lo que llevo dicho puede inferirse que, a mi modo de ver, la clave está en el espíritu que anime al orden social y a todas las instituciones. Mientras dicho espíritu continúe siendo el que denunciara León XIII, aquel que “después de turbar primeramente la religión cristiana, vino a trastornar como consecuencia obligada la filosofía, y de ésta pasó a alterar todos los órdenes de la sociedad civil”[59], las cosas no habrán de mejorar, antes bien, todo lo contrario. Podrán sancionarse leyes contra la corrupción, crearse tribunales especiales, organizarse seminarios y conferencias o nombrarse jueces en la Corte Suprema que sepan mucho de Derecho Penal; todo será en vano, en tanto subsista en la raíz el veneno que ha contaminado el fruto.
“Si no tenemos esa clara conciencia de que existen valores humanos absolutos, apoyados en el Absoluto sin restricción” –dice Millán Puelles– “no lograremos nada”. Y agrega: “La auténtica categoría humana exige en el intelectual y en todo hombre saber penetrar profundamente en las raíces más hondas de su propia naturaleza, siendo capaz de llegar hasta la última palabra que responde a esas raíces, y luego siendo capaz de aplicarla con todas las técnicas – también el derecho positivo, cultivado como un valor tecnológico – a las más diversas circunstancias y lugares, con la seguridad de que nunca serán idénticas las aplicaciones en los diversos países o en los diversos tiempos. No se trata de enfeudar a Dios ni a la naturaleza humana en ninguna parcela histórica o geográfica, porque todo lo absoluto trasciende indefinidamente a lo relativo, y es capaz de infinitas versiones de valor relativo a lo largo del espacio y del tiempo”[60].
Para que esto sea posible se necesitan dirigentes sociales que tengan conocimiento de las esencias (y en particular del hombre) y de los principios, para lo cual deben ser portadores de una doctrina y no de un programa.
Pero de nuevo; ¿dónde encontrarlos o cómo lograrlos? ¿Habrá que trabajar sobre los individuos o sobre la sociedad? Nosotros sabemos que lo social no es la suma de lo individual, pero ¿cómo lograr individuos superiores en una sociedad descristianizada, secularizada? Sin embargo, esa misma sociedad está dando señales de una profunda insatisfacción. El divorcio entre la sociedad y sus dirigentes va siendo cada vez más grande, lo cual se pone de manifiesto en el desinterés de los votantes, traducido en los crecientes porcentajes de abstención que se verifican en los países occidentales.
En la Argentina ese fenómeno es notorio, pese a los esfuerzos que se hacen desde la política y los medios para ocultarlo.
¿Hartazgo? ¿Decepción? ¿Deseo vehemente de un cambio radical y cualitativo? ¿O simple falta de interés?
Quizás la única manera de saberlo sea poniendo manos a la obra, es decir, animándonos a denunciar el mal profundo, hasta poner en evidencia la insanable ilegitimidad de los falsos dirigentes que de dicho mal se nutren.


[1] En el prólogo a la edición alemana de 1883 del Manifiesto Comunista, Engels lo expresó con gran claridad:”La idea cardinal que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad –una vez disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo- es una historia de lucha de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en la que la clase explotada y oprimida –el proletariado- no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime –de la burguesía- sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases; esta idea cardinal fue fruto personal y exclusivo de Marx.” (Karl MARX y Friedrich ENGELS, Manifiesto Comunista, Prometeo, Buenos Aires, 2003, p. 9).

[2] “El verdadero realismo desdeña los místicos formalismos, pero, a la vez, se abstiene de divinizar los hechos. El culto al hecho es una idolatría, un formalismo como cualesquiera otros.” (José ORTEGA Y GASSET, Sobre el fascismo, en El Espectador, EDAF, Madrid, 1998, p. 116).

[3] Debe quedar claro que cuando utilizo el término economía me refiero a la actividad económica, no a la ciencia en sí.

[4] El hombre, dotado de libre albedrío, tiene la posibilidad, aunque no el derecho -como erróneamente predican los que gustan llamarse progresistas - de obrar incluso contra su misma naturaleza. Sto. Tomás no dice que la razón humana se encuentra determinada a hacer el bien, sino tan sólo inclinada. Por esa misma razón, el mejor orden social (político), será el que traduzca en leyes positivas el derecho natural.

[5] Puede verse un interesante desarrollo de estos conceptos en Marcel DE CORTE, Para un humanismo económico, en Revista ETHOS, Nº 1, Instituto de Filosofía Práctica, Buenos Aires, 1973, p. 11. V. asimismo Enrique DÍAZ ARAUJO, El proyecto nacional y la economía, en la obra colectiva Actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1980, p. 145 y ss.

[6] Gilbert K. CHESTERTON, El hombre eterno, LEA - Libreros y Editores Asociados, Buenos Aires, 1980, págs. 162/164.

[7] Marcel DE CORTE, op. cit., ed. cit., p. 13. La cursiva pertenece al autor.

[8] Marcel DE CORTE, op. cit., ed. cit., págs. 13/14.

[9] Benedicto XVI, Discurso del 6/6/2005 en la ceremonia de apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, en L’Osservatore Romano (edic. en español) del 10/6/2205. V. además Juan Pablo II, Audiencia General del 6 de diciembre de 1978 (es decir, pocos meses después de su elección como Papa). En una breve oración, San Agustín pide así: “Dios mío, siempre el mismo, conózcate a Ti, conózcame a mí, he aquí mi plegaria”.

[10] Manuel MATOS, s.j., en ABC (Madrid), 30/10/2004, pág. 56.

[11] Antonio MILLÁN PUELLES, Persona humana y justicia social, RIALP (5ª ed.), Madrid, 1982.

[12] Esto es, deberes u obligaciones.

[13] Antonio MILLÁN PUELLES, op.cit., ed.cit., págs. 14/15. El subrayado es mío.

[14] En sintonía con esto ha escrito Marías: "La inmensa mayoría de lo que se dice de economía es 'intraeconómico', como si no fuese una realidad social - y por tanto histórica, no se olvide - que depende de factores que rebasan lo propiamente económico. Se habla del empleo, el paro, sin poner en claro el puesto del trabajo en la vida, la imposibilidad de identificarlo con el trabajo 'asalariado', las repercusiones que el desempleo tiene en las formas de la vida, la necesidad de que se realicen funciones necesarias y urgentes - trabajo, en suma - que según se dice, no se pueden pagar; pero se paga, en cambio, la ociosidad destructora de los que, por no tener 'trabajo' - aunque pudieran tener 'quehacer' -, se dedican a la droga, la delincuencia o, simplemente, el aburrimiento y el hastío de la vida". (Julián MARÍAS, La Soledad, artículo publicado en La Nación, Secc. Cultura, 8-1-95).

[15] Respecto a la recta concepción de la naturaleza humana y sus implicancias en el hacer y obrar del hombre, viene a cuento lo expresado por Flavio Felice, Stefano Fontana, Fernando Fuentes Alcántara, Manuel Ugarte Cornejo y el argentino Daniel Passaniti en un artículo que dieron a conocer como introducción al IV Informe sobre la Doctrina Social de la Iglesia (V. ZENIT: http://www.zenit.org/article-43953?|=spanish). Los nombrados ponen el acento en el surgimiento, “con toda su fuerza subversiva”, de un fenómeno que llaman “colonización de la naturaleza humana”, el cual impone reconsiderar las estrategias culturales y políticas que se inspiran en la Doctrina Social de la Iglesia a nivel mundial. Si bien reconocen que “[…] en la escena mundial se han manifestado graves emergencias relacionadas con la pobreza o el abuso, […] pensamos que, aún conscientes del dramatismo de estas emergencias, no son una novedad ni un daño equiparable a la ‘colonización de la naturaleza humana’, un fenómeno que se está imponiendo a gran escala por las grandes fuentes económicas que se están empleando, por la movilización militante de los medios de comunicación, y por el carácter subversivo de los lazos sociales, de fragmentación funcional de las relaciones, de acentuado individualismo desencarnado y que busca volver a plasmar las relaciones sociales, no basándose en la naturaleza como era antes, sino sobre la base de un pensamiento individual autorreferencial.”

[16] La etimología de la palabra, que es latina por cierto (pauper, pauperes), resulta muy interesante y ha dado lugar a discusiones entre los filólogos. Pero parece haber bastante coincidencia en que su sentido principal alude a la condición de infertilidad, entendida como falta de aptitud para producir.

[17] Aquí se perfila otro asunto de grandísima importancia, cuál es el de los métodos para medir la pobreza. En los últimos años se ha incorporado al tema el que ha sido llamado Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), que, en palabras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), identifica el conjunto de carencias a nivel de los hogares en las tres dimensiones del Índice de Desarrollo Humano (salud, educación y nivel de vida) y refleja la proporción de personas pobres que sufren un conjunto de carencias en necesidades básicas que se sobreponen en un mismo hogar y el número promedio de carencias que cada persona pobre sufre al mismo tiempo. Es la llamada pobreza ‘severa’, distinta de la pobreza ‘extrema’, que, conforme el índice utilizado por el Banco Mundial, refleja a quienes viven con menos de 1,90 dólares al día (según la paridad del poder adquisitivo en dólares de 2011). Sobre el punto, pero con referencia directa a la Argentina, cfr. Miguel E. CROTTO, Una economía para ocho millones de pobres (Carta a los intendentes), Dunken, Buenos Aires, 2016, esp. págs. 43/53 y 61/77.

[18] ST, I-II, q. 2

[19] Mt, IV, 25

[20] Lc, VI, 17-26.

[21] Georges CHEVROT, Las Bienaventuranzas, Patmos, Madrid, 1974, págs. 54 y 56. En igual sentido ha dicho Komar: “Espíritu de pobreza no es lo mismo que pobreza material. La pobreza material puede coexistir con una inmensa avidez. Lo que importa es la actitud que interiormente, en el corazón, albergamos frente a los bienes.” (Emilio KOMAR, El espíritu de pobreza a la luz del pensamiento contemporáneo, Sabiduría Cristiana, Buenos Aires, 2015, pág. 9).

[22] Creo que este punto merecería también consideración. Admito que la información al respecto muchas veces está contaminada por ideologías provenientes de lo que todavía se denomina izquierda. Es el reproche que suele hacerse por ejemplo a OXFAM (organización benéfica cuyas siglas significan en inglés Oxford Committee for Famine Relief), pero ello no obsta a que parte de sus informes tienen bastante verosimilitud, en tanto pueden constatarse con otros análisis provenientes de fuentes menos tendenciosas. A modo de ejemplo puede repararse en lo que muestra la economía de Estados Unidos, la más poderosa del mundo, ya que de acuerdo a su Departamento de Comercio, en 2014 la tasa oficial de pobreza era del 14,8%, prácticamente seis puntos por debajo de la tasa de pobreza española. En ese año había 46,7 millones de pobres en Estados Unidos. En estos niveles, dice el informe, lleva la pobreza enquistada en los últimos cuatro años. Pero en 2014, la tasa de pobreza en Estados Unidos era 2,3 puntos porcentuales superior a la del año 2007, el año previo al inicio de la gran recesión americana. Estos datos coinciden con los de la Oficina del Censo – que forma parte del Departamento de Comercio – y del Fondo Monetario Internacional (FMI).

[23] Georges CHEVROT, op. cit., ed. cit., p. 56. Lo resaltado me pertenece.

[24] Carlos MOYANO LLERENA, La pobreza de los argentinos, Sudamericana, Buenos Aires, 1987, p. 9.

[25] Entrevista realizada por Carlos HOEVEL para la revista Valores en la sociedad industrial, Nº 56, p. 67.

[26] Tomás OBERST, El pensamiento del Dr. Carlos Moyano Llerena-Hacia un desarrollo basado en valores, julio de 2009.

[27] El organismo mencionado estima que el número de menores en situación de pobreza en la Argentina es superior a 5 millones.

[28] Los programas federales deben coordinarse e integrarse con los provinciales y municipales, aunque sin generar por ello un organismo gigante.

[29] Esta afirmación parece que fuera al pasar, como eso que se llama frase hecha. Sin embargo, tiene enorme importancia, aunque por el propósito de esta colaboración no es posible desarrollar el asunto en extenso. Más adelante se volverá sobre el tema (v. punto 6-6.2 de este trabajo).

[30] La Nación, El valor del pensamiento crítico, 3-7-2017.

[31] “[…] la adhesión a ideologías desencarnadas, que pretenden alcanzar un paraíso aquí en este mundo, abre las puertas a toda clase de utopías y da paso a los demagogos que prometen el logro de bienes sin mezcla de mal alguno, de ventajas sin inconvenientes, de confort y seguridad sin responsabilidad, de bienestar sin propias iniciativas, esfuerzos ni riesgos.” (Miguel AYUSO, La crisis: una aproximación interdisciplinar, Revista Verbo (Madrid), Nº 543-544, p. 218.

[32] Hasta un liberal clásico como Revel lo ha comprendido así: “...los intelectuales reescriben los hechos en función de sus ideas, y no a la inversa” dice, para agregar que en ello se advierte “una traición a la misión original del intelectual: comprender la realidad...” (cf. Jean-François REVEL, El conocimiento inútil, Planeta, Buenos Aires, 1989, pág. 303).

[33] JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 16.

[34] Mt., 26-11; Mc., 14,7.

[35] El Diccionario de la Real Academia Española define el vocablo en varias acepciones, siendo las tres primeras: 1. Cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o en una situación, o en la manera en que estos son apreciados. 2. Intensificación brusca de los síntomas de una enfermedad. 3. Situación mala o difícil. Cualquiera de ellas puede servir para lo que sigue, siempre que el término enfermedad se aplique analógicamente.

[36] El estudio de los muy graves problemas argentinos requiere también de profundos y honestos análisis históricos, que deberían incluir lo que nos dejó el período hispánico. La condición de provincia del Imperio puede explicar que en alguna medida hayamos quedado signados por el comercio, lo que nos habría demorado en la incorporación de tecnología y la formación de capital propio.

[37] Cuando los problemas de una sociedad política se vuelven estructurales – es decir, pasan a ser parte integrante (de modo anómalo o enfermizo, por cierto) de la realidad vivida por esa sociedad -, sucede casi necesariamente que muchas personas y organizaciones pasan literalmente a vivir de esos problemas, de modo tal que su subsistencia depende directamente de que tales problemas no sean corregidos. Ello los lleva a reaccionar incluso agresivamente frente a cualquier intento de reforma. Se puede explicar así por qué en la Argentina muchas personas admiten la crisis, pero no muestran voluntad para salir de ella: quieren los fines, pero no los medios para alcanzarlos.

[38] La Argentina ha vivido con inflación – incluidos períodos de hiperinflación – durante los últimos 80 años. No hay antecedentes en el mundo de cosa semejante.

[39] Los datos estadísticos son de principios del año 2014.

[40] En este punto convendría detenerse en el análisis de los llamados Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM’s) - fijados en el año 2000 por los países miembros de las Naciones Unidas para ser alcanzados en el año 2015 – y lo logrado por la Argentina en ese lapso, para confirmar lo que se viene diciendo.

[41] Sobre el estado de la sociedad civil y en el marco de este Seminario, ha efectuado recientemente un crudo diagnóstico el Ing. Roberto Aceiro. Por mi parte, creo que con frecuencia nos hemos construido una imagen idealizada o extremadamente benevolente de nosotros mismos y de nuestro pueblo. En esta ocasión quiero tan sólo remitirme a algunas cosas extraordinarias escritas por el P. Castellani allá por 1943, esto es hace más de setenta años. En la que para mí constituye una de las piezas más inteligentes y proféticas salidas de su pluma, puesto a explicar las causas de “la esencial prevaricación oculta que consistía en la entrega consuetudinaria del poder, o sea del país, a fuerzas tenebrosas”, Castellani las presenta del siguiente modo: “Esta – nación – nunca – ha – sido – y – hoy – debería – ser- nación”; o bien: “Esta – nación – nació – enferma – y – ahora – se – resiente – cuerpo – y – alma”. Lo que pasa a ilustrar con análisis geniales, de los que sólo puedo extraer algunos párrafos. Decía el Padre: “La enfermedad de la Argentina no es local sino total. Por tanto abarca de la Nación tanto lo material como lo formal. Lo material de una nación son los hombres y lo formal es la autoridad, porque una nación es un ente moral y no geográfico. [….] La enfermedad parece radicar en una sequía de Verdad: de verdad ontológica, de verdad lógica y de verdad moral. La señal más visible es que la colectividad ha acabado por consentir en alimentarse de mentiras, de las cuales actualmente se propina grandes panzadas. Difícil es que haya un país del mundo que nos aventaje en el consumo de ‘grupos’, mulas, bolazos, chimentos, boletos, camelos, timos y macanas, tanto nacionales como importados. [….] La desorganización actual del pueblo argentino, …. es fantástica. Políticamente somos un desierto de once millones de granos de arena, capaces a lo más de formar médanos, que no montañas. La ‘concordia política’ de que habló el filósofo (en Eth. Nic. IX, c. 6) no existe en la Argentina porque ella tiene una base religiosa y no hay religión en la Argentina, religión formada: hay sí bastante religiosidad informe. [….] El pueblo argentino es masa. [….] La permisión del envenenamiento ideológico de la masa argentina, contemplado con indiferencia por los que tienen a su custodia la espada del Espíritu (que es la palabra de Dios) y la espada de la Ley, está en el principio del descoyuntaje del país, que es de esencia moral; antes que las mismas injustas condiciones económicas de nuestro pueblo, que provocan tanta ira y resentimiento. [….] Las élites y los cuerpos constituidos en autoridad son los que dan forma a las masas: entre nosotros están dispersos o quebrados. El patriciado argentino parece enteramente deshecho, como clase social dirigente. La llamada ‘Inteligencia’ está corrompida en parte, y en un todo (salvo excepciones honrosas) desgonzada de la vida y de los intereses reales de la vida. [….] Los que influyen realmente sobre la masa son los demagogos, los del comité y los de la prensa amarilla, que no trabajan casi nunca por cuenta propia. [….] Los antiguos partidos no representan de ninguna manera la vida real del país como unidad nacional, sino a lo más como tendencia ciega de sus elementos en vía desintegrante. [….] La impudicia en el mentir es lo que más nos subleva en la situación actual, ella cubre de incienso y esconde a la conciencia moral colectiva los peores vicios, la crueldad, la impiedad, la rapiña. Hemos llegado a un extremo en que las palabras-banderas significan por lo general lo exacto contrario de lo que suenan; …”. (Leonardo CASTELLANI, Epílogo intruso al libro La revolución que anunciamos, escrito por Marcelo Sánchez Sorondo, Nueva Política, Buenos Aires, 1945).

[42] José ORTEGA Y GASSET, España invertebrada, Revista de Occidente, Madrid, 1966, 14ª edic., p. 53. Mutatis mutandis, es decir, poniendo Argentina donde el autor dice España y argentinos donde españoles, casi todo el Capítulo 5, titulado precisamente Particularismo, podría haberse escrito para nosotros. Téngase en cuenta que la primera edición fue en 1921.

[43] Gustave THIBON y Henri de LOVINFOSSE, Solución social, Magisterio Español S.A., Madrid, 1977, p. 43.

[44] Peter F. DRUCKER, Las nuevas realidades, Edhasa, Barcelona, 1990, p. 92.

[45] Haciendo una concesión (indebida) al lenguaje de moda, utilizo la palabra valores en lugar del término virtudes que es el apropiado. Me refiero a las virtudes humanas, como son, entre muchas otras, la generosidad, la sobriedad, la laboriosidad, el patriotismo, el honor, la honradez, el coraje o valentía, la sinceridad, la excelencia, el orden, la perseverancia, el amor por lo bello y el horror a la fealdad.

[46] Ernst Friedrich SCHUMACHER, Lo pequeño es hermoso, Akal, Madrid, 2011, p. 84.

[47] Juan XXIII, Siamo Particolarmente, nº 6.

[48] Eduardo CONESA, Los secretos del desarrollo, Planeta, Buenos Aires, 1994, p. 30.

[49] Suma Teológica, 1ª-2ª, q.90, art. 4.

[50] Hay un principio de raíz filosófica, según el cual “todo desorden en el plano de la acción, comienza por ser un desorden en el plano de la inteligencia”. El Cardenal Pie, en sintonía con ello, tiene dicho que “las acciones del hombre son hijas de su pensamiento”, añadiendo que “todos los bienes igual que todos los males de una sociedad son el fruto de las máximas buenas o malas que ella profesa”; por lo que concluye: “... no hay ninguna herida, ninguna lesión en el orden intelectual que no tenga consecuencias funestas en el orden moral e incluso en el orden material.” (cfr. Sermón predicado en Chartres, 1841, en Suplemento Iesus Christus Nº 32).

[51] José FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Alianza, Madrid, 1982, Tº I, voz: anomía.

[52] Diccionario de la Lengua Española, Madrid, Espasa, 2001, voz: anomia.

[53] En todo momento he hablado de la ley en sentido material, no formal, es decir, entendiendo por tal cualquier norma dictada por autoridad competente (decreto, resolución o ley en sentido formal).

[54] Entiéndase bien: no estoy poniendo en entredicho a los derechos humanos, si se los entiende como derivados de la ley natural y fundados en la naturaleza del hombre. Lo que hoy parece haberse impuesto en cambio, poco (tal vez nada ya) tiene que ver con ello y funge como una ideología más, sin otro fundamento que la voluntad o el consenso de personajes iluminados.

[55] Alfonso SANTIAGO, Una nueva era del derecho, 1945-2017, en El Derecho-Suplemento Constitucional, 14 de julio de 2017, Nº 14.223, año IV, EDCO 2017, p. 7.

[56] Ricardo DIP, Seguridad jurídica y crisis del mundo posmoderno, Marcial Pons, Madrid, 2016, p. 61/62, con citas de A.F. UTZ, C.L. ANTUNES ROCHA (“…la seguridad jurídica se produce en la confianza que se pone en el sistema y en la convicción de que éste prevalece y se observa obligatoria e igualmente por todos.”), L. DIEZ-PICAZO (“Seguridad jurídica es, pues, ante todo, conocimiento y certidumbre acerca del sistema normativo aplicable […] lo que explica que uno de los temas más enraizados en este concepto de seguridad jurídica es el del derecho transitorio: que un cambio del sistema normativo no produzca una mutación retroactiva de los criterios de decisión previsibles”), P. ROUBIER y W. GOLDSCHMIDT.

[57] Hay otras maneras, por cierto, como las que impuso Stalin para sacar a la Unión Soviética (y a Rusia en particular) de siglos de atraso y miseria. Lo consiguió, pero sobre aproximadamente 20 millones de cadáveres. “Stalin confesará a Churchill que la colectivización de las tierras fue una lucha espantosa que lo sometió a duras pruebas y a una tensión de espíritu más intensa que la conducción de la Segunda Guerra Mundial. - Pienso, le dirá el premier británico, que esta prueba debió ser muy dura para usted, porque no tenía enfrente a algunas docenas de aristócratas sino a millones de personas humildes… A lo que Stalin responderá sombríamente: - Diez millones… Fue espantoso y duró cuatro años…” (J. BENOIST- MÉCHIN, Histoire de l´armée allemande, Cap. XII, Editions Albin Michel, 22, Rue Huyghens, París. En 1964 por la Imprimidora [Imprimerie] Floch A Mayenne, France. Trad. de Carlos Bosch.)

[58] Análisis sin fecha ni firma de Francisco BOSCH, bajo el título Emergencia nacional, posiblemente de los años 2001/2002, en mi archivo.

[59] Inmortale Dei, nº 10.

[60] A. MILLÁN PUELLES, Positivismo jurídico y dignidad humana, Revista Humanitas, Nº 34.

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