Editorial

Por Juan Marcos Pueyrredón

“No os intimidéis por nada, ni os acobardéis, porque Dios es nuestra esperanza” (cf. Si 34, 14). Luchad, con empeño y valentía, las batallas del amor”. San Juan Pablo II

Con estas palabras desde la Ciudad de Córdoba, San Juan Pablo II alentaba a todas las familias argentinas, una mañana soleada del 10 de abril de 1987.

¡Como no recordar en estos momentos tan difíciles que vive nuestro país, al gran Papa polaco, al Papa de la Familia, como bien lo llamó nuestro querido y actual Pontífice Francisco el día de su canonización!

En la Ciudad de Córdoba, en el corazón de la República, Juan Pablo II con su voz potente y a la vez confiada rompía el silencio de la muchedumbre que desde una gran explanada enmarcada en el paisaje serrano lo escuchaba atentamente y nos decía a todos los argentinos.

¡Qué gran misión la vuestra, padres y madres de familia! No lo olvidéis nunca: ¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” El Papa ha venido para pediros, en nombre de Dios, un empeño particular: que toméis con sumo interés la realidad del matrimonio y de la familia en este tiempo de prueba y de gracia; porque “el matrimonio no es efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor".

El futuro de la humanidad y por lo tanto también el futuro de nuestro continente, y de nuestra Patria se fragua en la familia, como también se fragua en ella el futuro de cada uno de los grupos sociales que componen la nación: Provincia, municipio, escuela, universidad, empresa, asociación sindical, club y la misma Iglesia, pues la familia, es iglesia doméstica y primera escuela de vida cristiana.

Por todas estas razones, este nuevo número de la REVISTA VALORES está enteramente dedicado al tema de la familia, la cual es analizada con un enfoque interdisciplinario, tratando de abarcar algunos de los principales aspectos que Integran dicha realidad natural y social.

En este sentido, pensamos que las elecciones del 25 de octubre próximo en nuestro país representan una excelente oportunidad para recordar a la sociedad en general y a los responsables políticos en particular la necesidad y la urgencia de fortalecer la institución familiar.

Por otra parte, el XXV Aniversario del Año Internacional de la Familia que estamos celebrando debe servir para sensibilizar a la sociedad de su importancia como soporte de la sociedad así como de las funciones sociales que cumple y que no puede cumplir ninguna otra institución que no sea la familia: la transmisión de la vida (garantía de futuro); la educación e integración social (futuro de la sociedad); la prevención de la salud personal y social (colchón de amortiguamiento ante las crisis); el cuidado de los abuelos y nietos (solidaridad intergeneracional). Todas ellas hacen de la familia una pieza fundamental de la sociedad.

Para que todo ello resulte posible, el Gobierno que sea elegido en las urnas deberá implementar con la participación de todos los sectores sociales una política integral de apoyo a la familia revalorizándola y jerarquizándola como institución, promoviendo una cultura y una educación abierta al matrimonio y a la vida generando las condiciones económico-sociales que permitan su pleno desarrollo , físico, moral y espiritual, ayudando a los padres a tener los hijos que responsablemente deseen; integrando de manera verdaderamente humana y constructiva sus distintos ámbitos de desarrollo laboral, familiar y personal; ayudando a superar las crisis familiares; reconociendo el derecho de los padres a educar a sus hijos, asegurando su ejercicio y teniendo en cuenta, con medidas específicas, a las familias con necesidades especiales.

Es fundamental para que se tenga éxito reorientar las políticas familiares que se vienen desarrollando de manera que enfoquen también a la familia en cuanto grupo social, a fin de facilitar el correcto cumplimiento de sus funciones.

Una política de familia limitada casi exclusivamente a las políticas sectoriales o pa ra los miembros de la familia en cuanto individuos resulta siempre una política familiar incompleta.

Es necesario reconocer e impulsar en todos los ámbitos, los derechos de los padres a tener el número de hijos que responsablemente deseen, el derecho de los cónyuges y de los hijos a una estabilidad conyugal y familiar, el derecho a un trabajo digno que permita a los padres ser sustento material y espiritual de sus hijos, el derecho, en especial de la mujer madre a la conciliación de la vida laboral y familiar, la posibilidad de acceso al crédito y a la vivienda, así como el derecho de los padres a la libre elección en la educación de sus hijos.

No se puede pedir a la familia argentina que sea una instancia responsable y cumpla con múltiples deberes concretos frente a los hijos, los enfermos, los jóvenes, los ancianos o los minusválidos y, al tiempo, negarle la dignidad, los derechos y el reconocimiento público que merece como tal. El reconocimiento de los derechos de la familia constituye un aspecto fundamental y la base de cualquier política familiar.

Para ello es imprescindible también hacer visible que el matrimonio de hombre y mujer y la familia son un bien social de primer orden y que, de hecho, el bien común está profundamente vinculado al bien de la familia.

Es que la familia es el termómetro de la sociedad: familias estables y fuertes producen sociedades fuertes y pujantes, ricas en diversidad y por el contrario, familias inestables y frágiles, producen sociedades débiles, pobres en vitalidad, uniformes y decadentes.

En este sentido, es un dato doloroso y hasta me atrevería decir escandaloso moralmente y ¡que clama al cielo! que en un país como la Argentina con abundantes recursos naturales y humanos haya hambre y más de 14.000.000 de argentinos y sus familias estén bajo la línea de pobreza o en la indigencia. ¿Qué hemos hecho los argentinos con nuestro país, en particular, los que tenemos más responsabilidad, porque más hemos recibido, qué hemos hecho para llegar a esta dolorosa situación en la que más de un tercio de nuestros compatriotas y de sus familias no tiene el mínimo indispensable para su sustento físico y espiritual?

Vienen de nuevo a mi memoria, para responder a esta pregunta, las palabras de Juan Pablo II, en su visita a Tucumán, cuna de nuestra Independencia, 8 de abril de 1987

“el Papa quiere recordaros –muy en consonancia con vuestra misma experiencia histórica– las palabras del Salmista que hemos rezado, meditándolas, hace pocos momentos, y que nos llevan a poner la mirada y la esperanza en Dios:

“Si el Señor no construye la casa, / en vano se cansan los que la edifican; / si el Señor no guarda la ciudad, / en vano vigilan los centinelas” (Sal 127 [126], 1).

La libertad fue dada al hombre no para hacer el mal, sino el bien. Para crecer en amor. La libertad se cumple a través del amor, del amor de nuestros hermanos. Esa la verdadera libertad.

Por lo tanto, la Argentina solo podrá salir adelante solo podrá vencer esa pobreza que nos avergüenza a todos, cuando cada argentino y en especial los que tenemos mayor responsabilidad, nos propongamos firmemente crecer en el amor a Dios y a los demás, primero a nuestras familias, a nuestra mujer, a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestra novia o novio, a nuestros amigos, a cada ciudadano argentino, pobre o rico, del campo o de la ciudad, del interior o de la Capital que habita en esta bendita tierra que Dios nos regaló un día.

Por eso queremos concluir esta Editorial a pesar de todos los infortunios con un mensaje de esperanza para todos nuestros hermanos argentinos. Y decir con nuestro Papa Francisco y con la intercesión de Juan Pablo II, Papa de la Familia y de la Virgen de Lujan:

Argentinos:

“¡Creced en Cristo! ¡Amad a vuestra patria! ¡Cumplid con vuestros deberes profesionales, familiares y de ciudadanos con competencia y movidos por vuestra condición de hijos adoptivos de Dios!

Sé que lo haréis. Veo reflejada en vuestros rostros la esperanza de la Argentina que quiere abrirse a un futuro luminoso y que cuenta con la promesa de sus jóvenes, con el trabajo de sus hombres y mujeres, con las virtudes de sus familias, alegría en sus hogares, el ferviente deseo de paz, solidaridad y concordia entre todos los componentes de la gran familia argentina. Juan Pablo II, 8 de abril de 1987”

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